Durante los últimos años, cada vez que hemos discutido sobre comida -tanto en la privacidad de nuestras casas como en lo público de las redes sociales-, suelen aparecer los términos “light”, “diet” y “zero”, ya que el común de la gente cree que son sinónimos aun cuando se ha explicado innumerables veces que no es así. Por demás, la parte más grave del debate es qué tan riguroso es el filtro o supervisión sobre este tipo de productos en Chile, ya que más de un reportaje ha evidenciado que lo rotulado como “light” no siempre es tan light como debe ser.
Sin embargo, hay un término que no solemos conversar: lo “natural”. ¿Lo han visto en jugos, conservas u otros? Con letreros del tipo “100% natural” o similares, son alimentos enfocados en quienes buscan no hacer dieta necesariamente, sino comer de una manera más saludable y equilibrada. De esta necesidad salió el bombardeo de productos orgánicos en supermercados y otras tiendas, por ejemplo. Pero, ¿qué significa “natural”? ¿Qué nos venden cuando lo venden?
Si utilizamos la lógica más básica, la categorización de “natural” se refiere a los alimentos preparados o envasados que no contienen ni se le añaden ingredientes químicos y/o artificiales. Lo relevante es que no existe un real consenso o definición legal estándar sobre lo que es o no es “natural”, por lo que un producto con ciertos químicos podría venderse con ese rótulo sin que nadie se diera cuenta. En EE.UU. se encendió la alarma sobre esto hace poco, llevando a las asociaciones de consumidores a presentar demandas contra grandes marcas por utilizar indiscriminadamente el atributo “natural”.
Según la CSPI (sigla en inglés de Centro para la Ciencia en el Interés Público), cerca de 50 acciones judiciales se han emprendido en los últimos 10 años en esta materia, la mayoría de ellas resueltas sin grandes aspavientos una vez que la marca accedía a modificar sus etiquetas. Es decir –y al igual de lo que sucede generalmente en Chile cuando el Sernac intenta hacerse valer-, las empresas privadas pagan multas irrisorias y establecen cambios mínimos, muchas veces sin siquiera establecer pagos compensatorios a los clientes afectados, siendo que, si no fuese por ellos, la marca aún estaría “mintiéndole” a sus consumidores. Es el caso de Kraft Foods, la última compañía en subirse al banquillo de los acusados; sus bebidas Crystal (té helado, limonada), a pesar de ser vendidas como “naturales”, se probó que contienen edulcorantes y colorantes artificiales, además de maltodextrina (un texturizador) y butilhidroxianisol (BHA, un conservador sintético). Sin embargo, la compañía se escuda en que ya ha tenido otras demandas parecidas en el pasado y ninguna ha sido realmente acogida por un tribunal…
Si bien creo que es muy importante educar al consumidor en sus deberes y derechos, así como empoderarlo para que tome mejores decisiones al momento de ir al supermercado, también es cierto que si tuviésemos una mejor fiscalización de estos productos, no tendríamos que leer todas las etiquetas de forma paranoide. Lamentablemente hemos sido testigos de muchas negligencias en estos ámbitos, no sólo en nuestro país sino también en muchos lugares del mundo. La autoridad nacional alega que el Instituto de Salud Pública (ISP) tiene poco personal y muchos frentes qué abarcar (desde la intoxicación por salmonella en un restaurant hasta los útiles escolares tóxicos en Meiggs), por lo que no pueden hacer una revisión exhaustiva de todos los alimentos que dicen ser “light”, “diet” o “natural”, pero en EE.UU., donde la FDA (Agencia de Alimentos y Medicamentos, en inglés) es una tremenda institución con mucho poder, también caen en descuidos, ambigüedades y, por qué no, fraudes. Sin ir más lejos, la CSPI asegura que el problema con Kraft y otras marcas es tan sencillo como que la autoridad máxima ni siquiera ha definido bien qué es o no es “natural”, por lo que no hay ley posible que persiga los incumplimientos en esta materia. Lo mismo sucede en Chile. Todo queda en un acuerdo ético entre empresas y consumidores, en el muy manoseado y voluble sentido común, permitiendo que las irregularidades proliferen en las narices de una pobre regulación.
¿Cómo creerle, entonces, cuando un producto dice ser “natural”? Lo más fácil y rápido es leyendo bien la grilla de información nutricional que aparece en las etiquetas de los alimentos. El listado de ingredientes debe ser muy pequeño (no más de 3 o 4) y todos deben ser sonarle familiares o al menos que sean posibles de pronunciar. Si no, ya puede comenzar a dudar; el problema es que la mayoría de nosotros no realiza ninguno de estos pasos. Una investigación de Nielsen afirmó que el 77% de los estadounidenses cree en la marca si ésta dice que su producto es “natural”, es decir, ni pensarían en cuestionarlo, actitud que para las empresas es grito y plata ya que, al año, las ventas de alimentos con el rótulo de “natural” superan los 22.000 millones de dólares…
Demórese 30 segundos más en el pasillo de los lácteos o las conservas. Lea las etiquetas, fíjese en la composición de lo que está comprando. No, no se va a morir de cáncer mañana si toma un jugo con colorantes sintéticos, pero si la marca la está engañando al venderle algo “natural”, tiene el derecho (¡y deber!) de protestar. Hágalo. ¿Y cómo? De la manera más directa y efectiva en que las empresas privadas acusan recibo de que algo están haciendo mal: cuando su cliente fiel compra el jugo de la competencia.