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Una de las cosas buenas de escribir para El Definido es que semana a semana me obliga invita a pensar positivo respecto a las inquietudes que surgen en mi vida. Esta semana la tarea fue dura, porque vengo saliendo de una de las peores torturas que uno mismo se puede autoimponer: una mudanza. Y no se trata de una mudanza cualquiera, ya que me fui a vivir a otra ciudad. Sí, lo sé, es horrible. Pero como me gustan los desafíos, aunque parezcan imposibles, esta semana les traigo en mi columna: las cosas buenas de cambiarse de casa (porque algo bueno tiene que tener). Obviamente, no supondré que el cambio es a una casa mejor, ya que muchas veces, por las vueltas de la vida, tenemos que cambiarnos a un lugar más pequeño o incómodo que el anterior.
En fin, comencemos con esta lista que no puede ser muy larga.
Lo primero que nos permite un cambio de casa es ordenar. Y digo “permite” y no “obliga” porque efectivamente uno puede agarrar todo tal como está y meterlo en una caja. Pero muchas veces, una mudanza es el pretexto que necesitamos para adentrarnos en ese closet, en esa bodega, en ese oculto mundo de caos que escondemos en nuestro hogar y que preferimos pensar que no existe: Esa caja que mezcla los documentos más importantes de la familia con las garantías del televisor que compraste hace 10 años y el servicio de internet que cambiaste hace 5, ese cajón donde guardas cada cable que no sabes para qué sirve o esa bodega infestada de arañas donde no recuerdas qué cachureos pusiste. Este es un buen momento para escarbar en el pasado y poner las cosas en orden.
Consecuencia directa de lo anterior, y probablemente mi punto favorito: cambiarse de casa es la oportunidad de deshacerse de todo aquello que no usas hace años. Porque ¿qué mejor para combatir tu síndrome de Diógenes que tener que mover toda esa basura que nunca has usado? Libros que nunca leíste, implementos deportivos que no usas desde los 18, ropa que ya no te queda bien y una infinita cantidad de papeles de todo tipo. Si no sabías que estaba ahí, si en los últimos 5 años ni siquiera pensaste en usarlo, si existe solo para tranquilizar tu conciencia pero no tiene ninguna utilidad: es hora de desprenderte de tus falsas expectativas y botar todo a la basura correr a un centro de reciclaje. Además, tienes la oportunidad de quedar como rey regalando aquellas cosas que aún están buenas pero nunca usarás.
La mayoría de las veces dejas los muebles y adornos donde los pusiste inicialmente. No por flojera, simplemente porque es una forma práctica y eficiente de comportarse. El problema es que a veces podrían tener un lugar mejor, pero nos falta una instancia para replantearnos las cosas. La mudanza nuevamente es la excusa perfecta. Hablo de cambios simples (con consecuencias no tan simples) como volver a cuestionarse si queremos la TV en la pieza, si vamos a poner los muebles de tal o cual forma dentro de una habitación o si vamos a cambiar la empresa proveedora de internet. Incluso es un excelente pretexto para hacer un cambio estético y colgar los cuadros que antes estaban en el comedor en otro lugar de la casa. Es la oportunidad de, con las mismas cosas de siempre, tener una casa diferente.
Sonaré a libro de autoayuda, pero una de las cosas que más me gusta de cambiarme de casa es que el solo estar en un lugar diferente y nuevo, hace que las rutinas de siempre también se sientan nuevas. Abrir los ojos y estar en una pieza desconocida, buscar un plato en un mueble de cocina diferente y mirar por la ventana y ver un paisaje distinto da la sensación que estamos viviendo una vida nueva o, al menos, con un sabor a nuevo. Es un buen momento, no solo para cuestionar nuestras rutinas y costumbres, sino también para reencontrarnos y reencantarnos con ellas. Aunque sea durante el tiempo de adaptación. El cambio de casa es algo que afecta a toda la familia, incluso (y más aún) a los niños pequeños y da pie para refrescar un poco la comunicación familiar, que también es absorbida por la rutina, aprovechando de compartir y acompañarnos en los pequeños cambios que implican un nuevo hogar.
Probablemente esta es la más engañosa de las oportunidades, porque esperar un total y absoluto comienzo nuevo para nuestras vidas es poco realista. Pero la verdad es que si logramos controlar nuestras expectativas, un cambio de casa es un momento sicológico perfecto para proponerse realizar cambios en la vida. Ojo, es más que un simple pretexto. Una mudanza es un rito significativo y los cuatro puntos señalados antes son los compañeros ideales para impulsar otro pequeño cambio que siempre hayamos querido implementar.
Como siempre, los puntos señalados antes son oportunidades y de nosotros depende tomarlas. Lo genial es que estas oportunidades se relacionan y se impulsan mutuamente: Una mudanza invita a ordenar, ordenar invita a desechar lo que no sirve, que a su vez invita a cambiar como se disponen las cosas en tu casa, lo que te impulsa a cambiar comportamientos y reencantarte con la rutina. Pero ninguno de estos puntos necesita un cambio de casa para realizarse. Claro, el caos que impone una mudanza los facilita. Pero si realmente necesitamos estos cambios y nos proponemos realizarlos, podemos buscar nuestro pretexto detonante. O incluso inventar el rito necesario, poniendo de acuerdo a toda la familia de hacer un cambio en la casa con una fecha determinada.
Lo importante es estar consciente que en la vida siempre tenemos la oportunidad de implementar cambios y que cada cambio cosmético que realicemos nos da la oportunidad de impulsar otros más profundos en nuestro interior. Porque las oportunidades llegan en los momentos que menos lo imaginamos y cuando no llegan, siempre existirá la posibilidad de crearlas.