El derecho a hacer lo que queramos con nuestro dinero pareciera ser una verdad bastante universal, pero a veces olvidamos que tiene sus limitaciones. Porque las tiene ¿o no? Ayer supimos del caso de una joven que intentó vender a su hijo recién nacido por Facebook, un caso extremo, pero un buen pretexto para preguntarnos: ¿Hasta dónde queremos que llegue el límite de lo que se puede comprar? O más claramente ¿qué cosas queremos que NO se puedan comprar?
Podemos comprar un perrito, podemos comprar un gatito, pero ¿una persona? El acuerdo de que la vida humana no se puede transar es bastante amplio y, aunque estoy seguro que siempre hay excepciones, la mayoría estará más o menos de acuerdo que no queremos que se pueda. Pero si ampliamos un poco más el alcance… ¿La venta de órganos debería estar permitida? Me imagino que nuevamente hay un acuerdo más o menos amplio de que no. ¿Y por qué? En estos casos pareciéramos no tener verbalizadas y enumeradas las razones porque no hay una discusión viva en torno a estos temas, pero hay una fuerte noción abstracta de por qué no, que deja tranquilos a la mayoría.
Es en los temas en los que discrepamos donde más importan las razones: ¿debería poder comprarse el acceso a mejor salud? Aquí las cosas se vuelven menos claras, hay visiones que se contraponen y la discusión se vuelve más compleja. Se confunde la idea de acceder a mejor hotelería hospitalaria, con la posibilidad de vivir más y mejores años.
Pero con el caso de la venta de la guagua al menos queda claro que, cuando se trata de la vida humana, tienen que existir límites para el mercado y que la cuestión es definir hasta donde deber llegar esos límites. Pero ¿y qué pasa cuando no es la vida humana la que está en juego? ¿Ahí sí debiera existir chipe libre para el mercado?
Poner algo a la venta en el mercado es estar de acuerdo con darle la ventaja a quien más dinero tiene, para acceder a ese bien o servicio. ¿Queremos que se pueda comprar/vender todo? Surge entonces de inmediato el tema que está en plena discusión en Chile: la educación, donde la libertad de elegir, la igualdad, la gratuidad y muchas otras banderas se han levantado en medio de un debate confuso, donde yo creo que la pregunta de fondo es: ¿Queremos que quienes más dinero tienen puedan acceder a una mejor educación? Hasta hoy así ocurre ¿deberíamos cambiarlo? Hay quienes se lo cuestionan, porque en una sociedad que utiliza un sistema de intercambio en base a dinero ¿por qué la educación debe ser la única excepción?.
Pero ojo, la idea de que todo se vende y que el dinero da derecho a comprar, también tiene sus limites dentro del orden social actual del país y siempre lo ha tenido. Lo que pasa es que los ejemplos, por obvios, no se consideran. Y un buen ejemplo es el voto: No está permitido vender los votos de una elección y nadie se lo cuestiona como una falta de libertad.¿Por qué? Simplemente porque estamos de acuerdo con que no se debería poder vender.
Una sociedad sana necesita una constante discusión y revisión de qué bienes y servicios queremos que sean transables en el mercado y cuales no y para eso necesitamos llegar a acuerdos. Personalmente no sé con exactitud cuales deberían ser los límites ni estoy por imponer mi visión sobre la del resto de los chilenos (y lectores), pero sí creo que llegó el momento de replantearse las cosas y, para ello, no basta con expresar nuestra opinión y contrastar nuestras visiones (cosas muy necesarias).
Además es necesario comenzar a comportarnos de manera reflexiva frente a aquello en que vamos a comprar. Que algo sea legal o funcione dentro de la lógica económica no lo convierte necesariamente en un acto con validez moral. Porque el mercado es un medio para conseguir ciertas cosas, no puede ser un fin último, porque es una herramienta y no la ley definitiva. Y como herramienta, podemos elegir cuándo usarla y cuándo no. Después de todo, no utilizamos un martillo para poner un tornillo, aunque se parezca a un clavo (de hecho utilizamos una herramienta muy diferente).
Creo que el desafío hoy es construir estas nuevas herramientas y/o adaptar las que tenemos, pero para lograrlo, el primer paso es reflexionar respecto a lo que queremos y, a nivel personal, actuar de forma consistente con nuestra propia visión. Porque está bien que gastemos el dinero en lo que nosotros queramos, pero con algunos límites: los que nosotros mismos definamos como sociedad.