Apuesto que le ha pasado muchas veces. El transporte masivo, ya sea público o privado, es un escenario cotidiano para las más diversas manifestaciones, y ahí está uno, testigo y espectador de la fauna social en todo su esplendor. Gente durmiendo en el asiento, el que va con audífonos y canta como si estuviese solo, el que no usa audífonos y usa su celular de parlante, el que no se bañó y se nota a kilómetros, la pareja melosa que no deja de besuquearse (y pone nerviosa a la abuelita de al lado), la otra pareja que pelea a viva voz y todos nos enteramos, el lanza que roba una billetera y nadie lo detiene… en fin. Micro, metro, bus, tren, avión. Con todo lo que nos toca ver y escuchar, a veces reímos, a veces nos enojamos, pero en el fondo, bien en el fondo, sabemos que debemos aceptarlo, porque esa diversidad es inherente a la “masa flotante” –que transita por un lugar, no se “estaciona”–, por lo que esperamos una convivencia si no agradable, al menos respetuosa. Respirar profundo y bancarse el viaje; total, sólo durará un rato.
El problema aparece cuando algunas personas, aun reconociendo las características básicas del transporte masivo, exigen condiciones “especiales” que caen muy cerca del límite de la discriminación. Y no, no hablo de los merecidos espacios preferenciales para embarazadas o ancianos, sino de conductas más discutibles como negarse a compartir la fila de asientos con, por ejemplo, un niño. Ya existen en el mundo hoteles y restaurantes sólo para adultos, pero esa segregación llegó a los aviones, causando opiniones encontradas. Hoy algunas aerolíneas ofrecen “distanciarte” de los niños a bordo si puedes pagar el precio, pero ¿es correcto? ¿Puede reclamarse como un simple “derecho comercial”?
Hasta ahora sólo tres compañías, todas asiáticas, son las que han implementado zonas sin menores en sus cabinas. AirAsia X ofrece la “Quiet Zone” (“zona tranquila”, siete filas delimitadas donde no se permite a menores de 12 años) por 25 euros extra; Malaysia Airlines prohíbe lactantes en Business y niños de 1 a 12 años en el segundo piso de sus aviones jumbo; y Scoot, marca low cost de Singapore Airlines, posee su propia “Scoot in silence” con una veintena de asientos justo tras la primera clase, donde no sólo se vetó a los niños sino además se ofrece 7,5 centímetros más entre fila y fila para acomodar sus pies, todo por la módica suma de 14 dólares por pasajero. Para estas empresas, cobrar por zonas “tranquilas” es lo mismo que cobrar por un trago o una almohada, es decir, un lujo o comodidad adicional que es parte de su cartera de servicios. Y desde el frío punto de vista del mercado, no habría cómo objetarlo. Sin embargo, hay algo que me sigue molestando: la “cosificación” de los niños en este razonamiento, como si fuesen muebles que se cambian de posición a gusto del cliente, “cuasi personas” que no tienen derecho a voz ni voto. Guardando las proporciones, me huele sospechosamente parecido a los icónicos “autobuses de Montgomery” (EE.UU.) y el trato cismático a los afroamericanos hasta hace pocas décadas…
Quiero ser clara: nada tengo contra las múltiples decisiones que podamos tomar para optimizar nuestra experiencia de viaje. Al contrario, me parecen válidas y necesarias. Todos quisiéramos viajar en las mejores condiciones y llegar a destino con una sonrisa en la cara. La piedra de tope en este tema es que se apunta a los niños como un problema en sí, como una carga o un suplicio que no queda más remedio que manejar. Sólo por ser niños estas aerolíneas los consideran como un elemento negativo per se, sin existir chance de probar lo contrario. ¿Y los adultos que roncan, que son groseros con las azafatas, que huelen mal, que hablan muy fuerte, que se paran cada 5 minutos al baño o te conversan cuando tú sólo quieres mirar por la ventanilla? ¿Qué pasa con el grupo de amigas veinteañeras que gritan, aplauden y se ríen por todo? Ni me hagan empezar con los adolescentes, jugando con la “pantalla de entretenimiento a bordo” mientras tú intentas dormir, revolviéndose en el asiento como si tuvieran pulgas, quejándose del espacio y el calor y el frío y el cuánto falta y el “estoy aburrido”, casi igual que los más chicos. ¿Dónde me quejo de ellos? ¿A qué sector del avión los mando?
Es verdad que un niño que corre por el pasillo o un bebé que no para de llorar es una situación muy desagradable, sobre todo en los vuelos largos, pero aislarlos no es el camino… y no soy la única que lo piensa. Mientras tres aerolíneas crean ghettos de niños en sus propios aviones, hay otra que aborda el problema con una mirada distinta. En lugar de separar a los niños de los adultos, Etihad Airways, de Emiratos Árabes, pone a profesionales entrenados para distraerlos, jugar con ellos y hasta darles de comer. Niñeras, por así decirlo, cuyo servicio además es gratuito y que ha probado ser bastante efectivo dada su alta demanda. Solucionar de una forma positiva y constructiva ¡se puede!
Básicamente y en buen chileno, cualquier persona sin importar su edad, raza o condición social es un potencial hinchapelotas, y usted no lo sabrá hasta que se siente junto a él. Por lo mismo, siento que hay una actitud desdeñosa e injusta detrás de la decisión de recluir a los niños. Es acción frente a un prejuicio. Ni siquiera me consta que exista una estadística concreta sobre problemas con menores en un avión versus problemas con adultos. Yo diría que son bien parejos. Al parecer, quejarse de los más chicos es más “común”, más “socialmente aceptado”, pero eso es todo. Al final, es una cuestión de poder. Si soy un adulto insoportable, me puedo sentar donde quiera; si soy un niño insoportable, me mandarán a una esquina.
En caso de haber problemas de conducta respecto a un pasajero, las aerolíneas bien podrían implementar un sistema de multas en dinero, que aun cuando no “repara” el mal viaje de quienes tuvieron que aguantar al susodicho, sí sienta un precedente, no sólo para los padres que desatienden a sus hijos, sino para aquellos que creen que son inmunes a los reclamos únicamente por ser mayores de edad. Las advertencias serían iguales para todos, ahí no habría segregación, pero aislar a los niños sí lo es, ya que es sancionarlos a priori sin que hayan hecho nada malo… aún.
Tres aerolíneas son muy pocas para crear tendencia, pero ya instalaron el debate. Aunque esto no llegue a Chile por ahora, aprovechemos de preparar el terreno: la próxima vez que viaje en avión, no se ponga el parche antes de la herida. Así como no todos los adultos son prepotentes, no todos los niños son escandalosos. No les tenga miedo, no muerden. Deles, al menos, el beneficio de la duda. Se podría sorprender.