*Esta nota fue originalmente publicada en 2013.
Diego tiene 4 años y según sus padres es un verdadero torbellino. Al despertar, salta de la cama y baja corriendo donde sus papás, les desarma toda la cama y luego se va a la salita donde saca todos los juguetes y los tira al suelo, comienza a saltar en el sillón hasta que lo llevan a tomar desayuno. Se sienta y se para muchas veces de la mesa, se sube arriba de la silla, pasa a llevar el vaso de leche y lo da vuelta. Luego comienza a dar vueltas alrededor de su mamá y se arranca cuando le dicen que debe ir a vestirse. Después de retos y peleas, logran que el niño esté listo, pero a esas alturas ya los padres han perdido la paciencia y Diego está enojado y frustrado.
Esta dinámica se repite de diversas formas muchas veces a lo largo del día. La relación de Diego y sus padres cada día está más centrada en el intento que ellos hacen por lograr que el niño se tranquilice, retándolo o llamándole la atención, sin embargo, esto no ha dado ningún resultado.
Cada persona es un ser único e irrepetible, con un temperamento y condiciones biológicas únicas. Es por esto que existen niños muy tranquilos y calmados, mientras que hay otros que son sumamente inquietos y activos. La inquietud es normal y esperable dentro del desarrollo de algunos niños y no constituye en sí misma un indicador de patología. En la actualidad hay un importante sobre diagnóstico de la hiperactividad en los niños y se tiende a patologizar a muchos niños que en realidad presentan una inquietud que es propia del desarrollo y de su temperamento.
La inquietud motora puede tener orígenes diversos. En muchos casos obedece a una curiosidad propia de los niños pequeños, que están empezando a conocer el mundo, por lo que están llenos de energía y quieren explorar el medio que les rodea.
Por otra parte, la inquietud puede obedecer a la ansiedad como respuesta a situaciones estresantes que puede estar viviendo el niño. Éstas van desde un ambiente familiar con poca estructura y claridad o, en el otro extremo, a un estilo de parentalidad demasiado rígido y poco tolerante que hace que el niño se sienta poco aceptado. También puede ser producto de alguna crisis a nivel familiar o a ñla información que está recibiendo el niño y que no le corresponde manejar, por lo que no la puede procesar.
Es verdad que la inquietud excesiva del niño puede generar bastante estrés y cansancio a nivel familiar. Sin embargo, es importante que los padres se planteen cómo enfrentar el tema. Para esto deben revisar primero las variables que puedan estar a su alcance, generando cambios o modificaciones ambientales.
Si se ha intentado controlar todos los factores externos que generan una dinámica poco favorable al clima familiar y la inquietud del niño sigue generando un malestar significativo, tanto en la relación con los padres como para el mismo niño, es importante pedir ayuda a un especialista.
El principal riesgo de no tomar cartas en el asunto es que se termine deteriorando la relación padre/madre-hijo, por tener que retarlo mucho y/o que la dinámica familiar este excesivamente centrada en corregir y retar al niño, lo que al final se traduce en un autoconcepto negativo, lo que no es sano ni para su desarrollo ni para la salud mental de los padres.
Lo más importante es que como padres sepamos, por una parte, aceptar que no todos los niños son iguales y que hay que exigirles desde su realidad, y por otra parte, que sepamos leer algunas señales de su comportamiento, que hagamos todo lo que está en nuestras manos para hacer llevadera su inquietud sin cortarle las alas, pero también la sabiduría para saber hasta qué punto su inquietud interfiere a tal punto en la dinámica familiar, como para pedir ayuda, pensando siempre en qué es lo mejor para el niño y su sano desarrollo.