Ayer fui a ver Séptimo, una película argentina/española protagonizada por Ricardo Darín y Belén Rueda que la crítica no ha tratado nada bien. Después de verla, entiendo por qué la molestia de algunos críticos, aunque en ningún momento me pareció tan terrible. Por el contrario, me entretuve bastante con la historia, pero quizás porque iba con expectativas muy bajas. Claro, está lejos de ser tan redonda y disfrutable como Nueve reinas o tan potente como El secreto de sus ojos, pero Séptimo tiene algo que hace que hasta una película titubeante del cine argentino no me parezca absolutamente descartable, algo que le falta muchísimo al cine chileno: dejar de preocuparse por el qué dirán.
Sebastián (Ricardo Darín), como cada día, pasa a recoger a sus hijos a la casa de su ex-mujer para llevarlos al colegio. Como todas las mañanas, el hombre juega con ellos a quién baja más rápido hasta el primer piso (él bajando por el ascensor mientras ellos bajan por la escalera), pero esta vez, al llegar a la recepción del edificio, se encuentra con que sus hijos han desaparecido. Comienza entonces la desesperada búsqueda de Sebastián por encontrar a sus niños, mientras intenta que, en el proceso, su vida no se caiga a pedazos.
Séptimo empieza muy bien, enganchándote de inmediato, vinculándote rápidamente con la desesperación del padre al ver que sus hijos desaparecieron de la faz de la Tierra. El problema es que entonces la película comienza a dudar respecto a qué dirección tomar, dando la apariencia que se da vueltas en círculos para evitar precipitarse sobre el final que tanto intentan ocultarnos. Aún así yo disfruté el viaje y creo que el argumento no está lejos de lo que uno encuentra en una película gringa promedio, con el plus de que está filmada con la sobriedad propia de la ausencia de imágenes generadas por computador y las explosiones hollywoodenses.
A mi me parece que el mayor enemigo de Séptimo son las grandes películas con Darín que nos han dejado antes con la boca abierta, pero que, aún con todos sus problemas, posee algo que echo muchísimo de menos cada vez que veo una película chilena: las ganas de simplemente contar una historia. Estoy lejos de haber visto todas las cintas realizadas en nuestro país y mucho menos todas las realizadas en Argentina, pero al menos con el mix que me ha tocado probar, siento que nuestro país vecino nos lleva una enorme ventaja. Y es que mientras en Argentina siento que están preocupados de narrar historias cautivantes, siento que en Chile estamos demasiado preocupados por validarnos, lo que nos hace realizar o películas diseñadas para recibir aplausos de la crítica especializada (para que los premios justifiquen su existencia), o películas diseñadas para llamar la atención y vender a toda costa, preocupándose sólo del impacto mediático que pueda generar y los tickets que pueda cortar (para que la recaudación de taquilla justifiquen su existencia), dejando de lado el objetivo de llevar una historia conmovedora y entretenida al público de la sala.
Obviamente no todo el cine chileno es malo ni todo el cine argentino es genial. De hecho, Séptimo es una película con muchos problemas. Pero el gran valor que yo veo en ella es su desinterés por ser respetable. Lo único que busca es contar una historia entretenida y, aunque algunos consideren que fracasa, no creo que se pueda dudar de sus intenciones. Es ahí donde siento que podemos aprender de nuestros vecinos, para dejar de mirar nuestro cine de forma tan critica y tan seria, preocupándonos menos del éxito que tenga la cinta en taquilla o en los festivales, para centrarnos en entretener al público y dejarlo satisfecho con una historia entretenida y bien contada.