Kramer dejó la vara muy alta respecto a las imitaciones humorísticas. Como genio que es, se dispara muy por sobre cualquier otro imitador en Chile, no solo por su capacidad magistral para imitar, sino también por el guión de sus rutinas y su capacidad para ejecutarlas. Si vas a ver El Derechazo, lo primero que tienes que saber es que Kramer no participa en ella. Yo, en cuanto lo supe, mis expectativas se fueron a piso. Lamentablemente, esto no fue suficiente, porque aún con unas expectativas así de bajas, la película me defraudó.
Bruno Miller (Diego Muñoz), un productor audiovisual fracasado (¡tan fracasado que hasta usa barba!) necesita filmar un documental que genere impacto (y rating) para salvarse de perder su trabajo. Entonces el destino le envía un regalo del cielo: por casualidad logra grabar una conversación entre Corteira y Mallamand en la que explican que la caída de Clarence Bourbon es parte de un plan orquestado por ellos. Bruno entonces comenzará una investigación sobre la conspiración de la derecha que lo llevará a infiltrarse en el comando de la UFI (Unión Facha Independiente) mientras intenta sobrellevar sus problemas con su ex-mujer, la alcaldesa Carolina Tomá.
El Derechazo está hecha de manera inteligente. Por un lado, se aprovecha del descontento de la ciudadanía con la política para tratar mal a ambas coaliciones, levantando una bandera (de forma muy populista) que pide que de una vez por todas dejen de abusar del pueblo que los elige. Y por otro, toma la contingencia política para hacer una caricatura extrema que ridiculiza a un gran número de protagonistas de la política nacional. La pregunta es entonces ¿por qué falla?
Yo no esperaba mucho de El Derechazo, me bastaba con encontrarme con humor “fácil”, sin importarme que cayera en la vulgaridad. Sin ser mi humor favorito, reconozco que a veces disfruto y me río con rutinas del Ché Copete o de algún equipo humorístico de la onda revisteril. Pero en este caso, la película ni siquiera se valía de eso para hacer reír. De hecho, hasta parecía carecer de chistes. Tanto así que durante todo su desarrollo, un público muy variado (desde veinteañeros hasta adultos mayores) y con ganas de reírse, solo tuvo cinco ocasiones para soltar alguna risa. Cinco ocasiones para reír, ni siquiera a carcajadas, y encima dos de esos chistes yo ya los había visto en alguna sinopsis.
Es que para hacer reír no basta con una caricatura, también se necesita un chiste. Nos puede parecer muy graciosa la forma en que se retratan los políticos en El Derechazo, con una sede de la UFI en que todos llevan chalequitos de colores rosados, un comando de la Nueva Mayoría donde todos están borrachos celebrando que no harán primarias y una versión de Hernán Büchi representado de una forma absolutamente ridícula, pero si la película no ofrece un buen momento donde soltar una carcajada, esa “gracia” se queda dentro y empieza a generar una sensación de descontento. Lo peor es yo creo que la película sí intentaba tener muchos chistes, pero estos estaban mal contados y carecían de remate (que no es más que el espacio que nos da el chiste para finalmente poder reír).
Sin querer ver todo negro, lo mejor del derechazo viene de la mano de Fernando Godoy (Juan Agustín Caniuleff) y Renata Bravo (Evelyn Mathel), quienes tienen la chispa suficiente para lograr simpatía sin un guión que les permita lucirse en todo su potencial. Al final se nota que ellos realmente llevan el humor en la sangre. Porque siempre se dice que hacer humor es lo más difícil.
Yo tengo la teoría de que no es tan así. Que más bien, para alguien que no es gracioso, hacer humor es casi imposible, mientras para alguien que sí lo es, es relativamente fácil. Porque no importa cuanto estudie un chiste alguien fome, difícilmente logrará hacer reír, mientras que un chistoso innato puede agarrarse de casi cualquier pretexto para sacar una carcajada. Esa es la razón por la que creo que El Derechazo no es un éxito (en términos humorísticos, no comerciales) teniendo todo para serlo: porque no al final no importa tanto qué tan bueno es el chiste, importa mucho más cuan potente es la chispa del humorista al contarlo.