Cuántas veces nos hemos visto enfrascados en una pelea sin tregua con algún aparato tecnológico que no quiere funcionar casi a propósito para aguarnos la jornada. ¿Recuerdan esas situaciones en que nos sentimos abrumados por no poder lograr una simple inscripción en algún sistema que parece tan fácil de usar como señalan “sencillas” las instrucciones o finalmente esos momentos en que la conexión con todos nuestros datos on line parece desaparecer y nos sentimos absolutamente discapacitados por no poder estar conectados? Bueno, esos son algunos de los momentos gloriosos de nuestra dependencia a la tecnología. Una necesidad que sin duda nos ha cambiado la vida, pero que también muchas veces puede ser un dolor de cabeza simplemente por el hecho de no poder lograr una supuesta accesibilidad que debería simplificarnos la existencia, pero que algunas veces dista mucho de eso.
Esos mismos dolores se viven en Chile de forma mucho más intensa entre diferentes grupos que tienen una accesibilidad limitada a dicha tecnología, desde habitantes de zonas rurales con poca conectividad, hasta personas de mayor edad que están recién comenzando una alfabetización digital. Es ahí donde muchas veces la tecnología deja de ser un elemento democratizador para pasar a ser un elemento insólitamente segregador. Sin siquiera darnos cuenta.
C.E. Prahalad, el aplaudido profesor de la Escuela de Negocios de Universidad de Michigan, fue uno de los primeros en darse cuenta que para lograr cambios sustanciales en el consumo de la gente y en el comportamiento de sociedades completas, hay que generar ideas sencillas que sirvan para toda la comunidad y no sólo para quienes tienen mayor información o recursos. Su mirada en innovación siempre estuvo relacionada con las soluciones básicas para generar nuevas tecnologías, aprovechando que la adaptabilidad era mucho más transversal desde esa mirada.
Democratizar la tecnología desde lo básico es una necesidad para que el acceso a las posibilidades de conexión y vinculación sea verdaderamente transversal. Eso significa pensar desde lo más sencillo y lógico para poder avanzar, sin asumir que la tecnología son sólo series de bits y codificaciones. Sin esperar que las innovaciones sean avances únicos en programación y principalmente, sin asumir que todos pueden y deben entender cómo funcionan los avances que la nueva información nos propone. Al final, una invitación a mirar la tecnología desde una dimensión más inclusiva.