En el día de la repartición de talentos, me quedé dormido a lo Ash Ketchum, llegué tarde y, lamentablemente, las pokebolas de matemáticas brillaban por su ausencia.
Yo era de esos que contestaba las preguntas de trigonometría estimando al ojo el largo de las líneas y que cuando veía un número en la pizarra, automáticamente localizaba las salidas de emergencia. En buen chileno: me iba como las hu**** en matemáticas. Así que, cuando opté por dar por segunda vez la PSU, tomé la decisión de prescindir del preu, porque en mi primer intento no hubo una relación de causa-efecto y quería probar algo nuevo.
Era finales de 2009, y YouTube se perfilaba como una de las plataformas de contenido generado por usuarios más importantes del mundo. Ya en 2006, la revista Times la había destacado cuando eligió a “You” (Tú), como la persona del año, refiriéndose al colectivo de millones de usuarios que se había tomado el protagonismo de la web mediante la generación de contenido propio, justamente en sitios como YouTube.
Dado que ni el tío Baldor me podía salvar, me consagré a la única alternativa que quedaba: Google. Así llegué al canal de un profesor peruano, que con una cámara media charcha, una pizarra de tiza y delantal (profesional, ante todo), se convirtió en mi mentor de geometría, logaritmos y ecuaciones. Fue la primera vez que le confié mi ignorancia al botón de play y, como muchos, de ahí no paré más.
Así como yo calculaba la hipotenusa midiendo con el dedo, cada uno tiene sus hoyos negros de conocimiento: cocina, música o reparación; campos donde, concedemos, no sabemos nada. Ni idea qué es “a baño María”, ni idea qué sigue luego de la Fa, ni idea si les pagarán a los duendes esclavizados que, obviamente, se encargan de cambiar las ruedas de mi bicicleta.
A esto, en términos filosóficos existentes desde los tiempos de Sócrates, se le llama “ignorancia simple”, es decir, saber que no sabemos, algo que ya es conocimiento en sí mismo y que abre las puertas para profundizar en ello. Su antítesis es la “ignorancia doble”, no saber que no sabemos (fundamento del famoso efecto Dunning-Kruger, por cierto).
YouTube, en poco más de una década, se ha convertido en una especie de oráculo para los simples ignorantes, pues enseña a hacer cualquier cosa que necesites, a llenar cualquiera de esos huecos de conocimiento que tengas que cubrir. En serio, cualquiera. Se está llegando a un nivel donde ya hay incluso canales satíricos que llevan el how to al absurdo, ofreciendo videos sobre cómo reemplazar la manilla de una puerta por un hotdog o cómo “eslavizar” tu auto.
En un reciente estudio, se señala que la mitad (51%) de los usuarios de la plataforma la utilizan para hacer algo que nunca han hecho antes. Otro estudio, hecho por Google en 2017, señala que 65% de los usuarios recurre a YouTube para arreglar algo en su auto u hogar, un 56% para aprender algo nuevo y 54% para resolver un problema. YouTube, por su lado, promueve encarecidamente la creación de contenido educacional e invierte millones de dólares en ello, con grandes resultados: mil millones de videos educativos se reproducen cada día, lo que se traduce en mil millones de personas que aprenden diariamente a hacer el nudo de la corbata, a cortar cebollas con los ojos invictos y a hacer slime (algo, aparentemente, muy importante porque fue el término más buscado en 2017).
Aprender por YouTube es algo ya tan normal que estas estadísticas no sorprenden, se esperan. En tiempos actuales, la plataforma es el tutor por excelencia incluso para generaciones que lo incorporaron tardíamente a sus vidas. Y en los más chicos, ni hablar: si los profesores del futuro no tienen un botón de play en la cabeza, no los van a pescar ni en bajada.
(No crean que estoy mega contento de que una plataforma tenga tanta influencia en nuestras vidas, sobre todo cuando se trata de los más chicos, pero aquí estamos viendo el lado bueno).
Inevitablemente, esto me lleva a pensar en los tiempos pasados, hace algunas décadas, cuando el conocimiento informal lo encontrabas entre tus pares y familia. Mi papá, por ejemplo, guarda hasta el día de hoy, muy orgulloso, una guitarra que construyó con sus primos hace más de 40 años. Llama al tiro la atención con su, aún hoy, perfecto cuerpo barnizado, obra de un trabajo colaborativo que tiene ingredientes sociales y emocionales que, es cierto, el Profesor YouTube no podría replicar. Pero hay un problema: no tiene cuerdas.
De hecho, más allá del cuerpo de madera, no tiene absolutamente nada más, quizá porque se aburrieron a medio camino o quizá porque ninguno tenía idea de cómo proseguir. De haber existido YouTube, la habrían terminado, eso seguro y, si hubieran querido, habrían luego hecho su propio bajo y batería y se habrían convertido en una banda de covers de Los Beatles o algo así.
Si creen que exagero: hay gente que ha construido casas, autos y aviones con tutoriales de YouTube, los proyectos de construcciones más difíciles que me podría imaginar, solo después de una central nuclear.
¿Es que la gente se atreve a aprender más y a mayor escala con plataformas como la de Google? Estadísticamente, es una comparación difícil de comprobar, pero sí me lleva a una de las grandes mentiras que se han dicho (especialmente, en los salones de clase): “No hay preguntas tontas”.
No nos engañemos, sí las hay y todos mirábamos al techo y pensábamos, “pero cómo es tan we**”, cuando Perico o Perica de los Palotes levantaba la mano por enésima vez. Me pasó en casa cuando pregunté cómo se cosía un botón (en mi defensa: yo soy más de zippers) y mi hermana dijo estar francamente sorprendida de que hubiera sobrevivido tantos años en tal estado de ignorancia.
Quizá fue esa vergüenza lo que no me permitió salir del pozo matemático hasta que el profesor peruano apareció en mi vida y me ayudó a subir 50 puntitos en esta prueba específica. Porque algo que tiene Internet, y por extensión YouTube, es que, por muy básica que sea tu pregunta, sus logaritmos no tienen ojos con los que mirar al techo, boca con la que suspirar ni mano con la que hacer un facepalm.
El resultado es una mayor confianza para atrevernos no solo a hacer cosas que nunca hemos hecho, sino también a admitir que no las sabemos hacer, en primer lugar. Algo que, decía Sócrates, es el primer paso hacia el conocimiento. El segundo, agregaríamos hoy, miles de años después, es buscarlo en YouTube.