A veces en la crianza pareciera que los padres fuéramos de equipos totalmente distintos. “Es como si él fuera del Colo y yo de la U”, me decía una mamá muy preocupada por cómo poder manejar el desafío de coordinar la pareja para la crianza. Es aquí donde me pregunto cuán fácil es llevar a cabo esta misión y cuánto trabajo implica el que logremos conciliar nuestras diferencias como padres y apostar por poner al centro de nuestra estrategia, a nuestros hijos.
Uno de los problemas habituales cuando criamos, ya sea a niños chicos, escolares o adolescentes, es que los problemas o diferencias propios de la pareja terminan por contaminar el espacio de nuestra crianza, transformándolo finalmente en un campo de batalla donde nos terminamos tirando dardos, en vez de buscar soluciones pacíficas.
Los niños se dan cuenta de todo y algo que detectan fácilmente con sus antenitas superpoderosas, es cuando los padres no están de acuerdo o se desautorizan mutuamente. Entonces empiezan a ir de un lado al otro, tratando de acomodarse a un sistema familiar que es poco claro en sus normas, que no logra ser coherente y con esto terminamos confundiéndolos. Como se dice popularmente: quedan ahí en la mitad, como el jamón del sandwich.
Cuando llegan los hijos las parejas, estén juntas o no, dejan de ser 100% pareja para complementar este rol con el de la parentalidad. Es fundamental en esto visualizar que una buena dupla de padres debe sostenerse en la idea de ser un equipo, ¡y para esto se necesita crear una estrategia!
Tal como lo hacen los equipos de fútbol, volley, tenis u otros, los padres también podemos desarrollar una estrategia para optimizar nuestras funciones parentales. Hoy me atreveré a ser su “director técnico” (la Bielsa de la crianza) para llevar a cabo esta misión. ¿Cómo lograrlo?
Con mucha paciencia y conciencia… Hay que entrenar y practicar hasta que los hábitos de la coordinación parental para la crianza estén instalados y ya casi no nos den mucho esfuerzo. ¿Cuál es la misión?
Construir con nuestra pareja un equipo cohesionado y bien preparado para enfrentar juntos la crianza. Con esto no sólo nos aseguramos de saber negociar las diferencias, sino también bajar el estrés y aumentar la sensación de estar realmente acompañados en la tarea de guiar el desarrollo de nuestros hijos.
Hace ya algunos años atrás, Patrick Lencioni -experto en temas de trabajo en equipo- formuló su teoría sobre los pilares para el fortalecimiento de los grupos de trabajo. Si miramos la pareja o familia como un potencial equipo, podemos establecer que serlo es finalmente compartir una meta en común y trabajar concertadamente para lograrlo.
Lencioni estableció en su modelo de trabajo lo que se llamó “Las 5 disfuncionalidades de un Equipo”. Y como estoy convencida de que el lenguaje crea realidad y que siempre es mejor mirar el vaso medio lleno más que medio vacío, tomaremos la base de la propuesta de este autor para transformarla en nuestro mapa de ruta, ¡pero en positivo! Así hablaremos en este caso de: “Los 5 recursos que construyen un equipo unido y eficaz para la crianza”.
La idea es potenciar nuestros recursos y sacar un máximo de provecho a las habilidades que cada miembro de la pareja trae a partir de sus propias experiencias personales, de la historia en común y lo que nos llevó a compartir la tarea de criar, aun cuando no estemos necesariamente juntos.
1. Desarrollar la confianza
Es esencial para que un equipo funcione bien el que exista la confianza necesaria para enfrentar los problemas y desafíos conjuntos. No nos sirve guardar nuestros pensamientos y sentimientos o sentir temor a expresarlos, la pareja tiene que incluir un lugar para que podamos confiar el uno en el otro.
Cuando decimos “confianza”, hablamos de un espacio de intimidad donde compartimos penas y alegrías, donde podemos ser fuertes y vulnerables sin sentir que el otro sacará provecho de esta situación. Es aceptar que podemos equivocarnos y saber pedir perdón. Confiar en que el otro es un aliado y no un enemigo, entonces no tenemos miedo a que nos juzgue o recrimine.
2. Entrenar la resolución de conflictos
Donde no hay confianza es más difícil aprender a negociar. La negociación consiste en no necesariamente ganar la batalla, sino en saber poner sobre la balanza lo que es mejor para nuestros hijos en un momento en particular, por lo que habrá ideas que “ganen” y otras que se tengan que ceder.
Cuando estamos en la zona de conflicto, nos ponemos en posición de defensa. Activamos nuestros escudos y empezamos a escalar con frases como: Es que tú no eres capaz de hacerte cargo de los niños, Es tu culpa que hayan llegado atrasados al colegio o Tú problema es que solo piensas en ti. Entonces el origen del conflicto queda anclado en el otro y no se logra llegar a una solución.
Esta solo llega cuando dentro de la pareja hay espacio para que existan diferencias y puedan conversarse, discutirse y finalmente negociarse para generar una construcción en conjunto. Es como en un equipo de futbol: para hacer un gol hay varios pases antes que resultan ser necesarios para llegar al arco y anotar.
3. La afirmación del compromiso
Nunca hay que perder de vista la meta. ¿Cuál es el objetivo de ser un equipo parental para la crianza? El bienestar de los hijos. Cómo el burro que camina tras la zanahoria y no pierde el camino, así también debemos perseguir y afirmar nuestro compromiso hacia ese objetivo último que mueve nuestra energía y nos lleva a buscar lo mejor para ellos.
Cuando hay compromiso entre los padres hacia la crianza de los hijos, estos logran tomar decisiones que los favorecen y que tienen sentido para la construcción del proyecto de vida de la familia que quieren ser.
4. Distribuir la responsabilidad
Aquí entra uno de los temas importantes del último tiempo en cuanto a temas de género. Madres y padres tenemos iguales responsabilidades frente a la crianza de nuestros hijos. Hay que cambiar el paradigma antiguo donde los hombres “ayudan” con las labores de la crianza o de la casa. Porque si realmente queremos ser un equipo, las tareas no pueden sobrecargarse sólo a uno de sus miembros.
Es cierto que hombres y mujeres tenemos cerebros muy diferentes, y esto lleva a que tengamos competencias y habilidades distintas. Bueno, un buen equipo es aquél que le sacará el jugo a estos recursos gestionando el talento de sus jugadores para lograr los objetivos que se han propuesto.
Distribuir la responsabilidad es entender qué aporta cada uno y cuál es la mejor posición en la que podemos jugar. No nos pongamos la exigencia de hacer justo eso que más nos cuesta, sino por el contrario, la clave está en optimizar las fortalezas al distribuir roles y funciones, para complementarnos.
5. Focalizarse en los logros
¿Cuánto tiempo gastamos quejándonos, viendo lo que no nos resulta, analizando nuestros problemas y tratando de ser como son los demás? Si de algo me he dado cuenta en el trabajo con familias, es que a veces se nos pasan los mejores años de la crianza sintiendo que algo nos falta, que nada es suficiente o que queremos que pase el tiempo para descansar, pero nos cuesta hacer visible lo que hemos construido.
Sí, es cierto que criar a uno, dos o tres niños es agotador, pero también es cierto que cuando nos damos el trabajo de mirar los logros de todos estos años de crianza, algo nos reconforta.
¡Focalizarnos en los logros es hacer el ejercicio como pareja de mirar lo que hacemos bien! Y reconocernos y premiarnos por eso. Cuando sabemos qué nos resulta, es mucho más fácil dejar de gastar tiempo en intentos de solución que no tienen futuro.
Probablemente el criar a nuestros hijos e hijas es el partido más importante de nuestras vidas. Es tiempo de ponerse la camiseta de la crianza e ir a luchar en conjunto por esa meta que nos une como pareja, más allá de cualquier diferencia.