aplicación, notificaciones, teléfono, tiempo
Imagen: © César Mejías

¿Queremos gastar nuestra vida chequeando notificaciones?

¿Te has preguntado si chequear tus redes sociales de la manera en que lo haces es por propia voluntad? ¿O te dejas llevar por la marea al no tener nada mejor que hacer? Joaquín Barañao reflexiona sobre esto y da algunos tips para terminar con la obsesión de las notificaciones.

Por Joaquín Barañao | 2018-07-17 | 14:57
Tags | aplicación, notificaciones, teléfono, tiempo
Sean Parker, cofundador de Napster y primer presidente de Facebook, admitió que durante los años iniciales de la red social el proceso mental fue: “¿Cómo consumimos tanto tiempo y atención consciente como sea posible?”.
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La evolución funciona más o menos así: tienden a perpetuarse aquellos rasgos que, originados por pequeñas mutaciones azarosas, propenden a la propagación del material genético en generaciones posteriores. Aquellos que no favorecen su diseminación, tienden a desaparecer.

El ejemplo más habitualmente utilizado para ilustrar esta dinámica, es el de los alimentos. Nuestra debilidad por grasas y azúcares es consecuencia de que durante toda la historia de la vida, con excepción de este brevísimo chispazo que ha transcurrido desde la revolución industrial hasta hoy, la meta para seguir con vida fue alcanzar el piso mínimo de las esquivas calorías. Si producto de una pequeña variación genética llegaba al mundo un tipo que prefería el apio a un buen atracón de carne grasienta de mamut, sucumbía al primer invierno particularmente crudo.

Así, a estas líneas genéticas les resulta difícil echar raíces. Aquellos cuyo ADN los conduce a amar alimentos concentrados en energía, en cambio, tienen más posibilidades de aguantar la tormenta y procrear. Con el paso de los milenios, ese rasgo tiende a dominar en la especie. Es una sobresimplificación, pero ayuda a entender el panorama general de buena parte de nuestro comportamiento.

Un pequeño golpe de dopamina a nuestra condición gregaria

De entre las muchas características que resultaron de este proceso, hoy quiero hablar de nuestra condición de seres profundamente gregarios. Evolucionamos optimizando los beneficios de la colaboración. No tenía por qué ser así, desde luego. Osos, pumas, alces y búhos prosperan mediante la estrategia opuesta. Esto implica que en nuestro ADN está escrita la inclinación por una serie de elementos relacionados a lo social: nos complace la aceptación, la adulación y el prestigio. Y las copuchas, portadoras de información preciosa sobre nuestro entorno.

Todas las compañías cuyo objetivo principal es el lucro, convergen de manera natural a productos y servicios que sintonizan con estas instrucciones del ADN. La industria tecnológica no es la excepción, aunque en su caso con un nivel de sofisticación inusual.

Sean Parker, cofundador de Napster y primer presidente de Facebook, admitió que durante los años iniciales de la red social el proceso mental fue: “¿Cómo consumimos tanto tiempo y atención consciente como sea posible?”. Para lograrlo, los arquitectos de Facebook explotaron lo que él llamó “una vulnerabilidad de la psicología humana”. Parker explicó que cada vez que alguien pincha ‘me gusta’ o comenta un post o una foto, “les damos un pequeño golpe de dopamina”.

¿A qué se refiere Parker? La dopamina es uno de los cerca de veinte neurotransmisores principales del cuerpo humano. Son moléculas que transmiten mensajes a lo largo del sistema nervioso, y que permiten que ciertas funciones esenciales se lleven a cabo. La dopamina es la responsable, por ejemplo, de que busquemos líquido cuando el cuerpo requiere hidratación, o del impulso por procrear. Permite que estos actos sean recompensados a través de la sensación de placer y se vuelvan así hábitos. Cuando se nos pone la piel de gallina por una canción, lo que sentimos es liberación de dopamina, que premia nuestra habilidad de predicción de patrones sonoros. Anfetaminas, cocaína, nicotina, alcohol, y en general todas las drogas que generan hábitos, dispersan dosis inusuales de dopamina en el sistema.

A través del reclutamiento de algunas de las mentes más brillantes de nuestra generación, y mediante el uso de algoritmos ultrapoderosos, compañías como Facebook, Twitter y Pinterest diseñan sus servicios de acuerdo a este rasgo de nuestra neurología. La estructura de las notificaciones, las sugerencias de contenido adicional, la curatoría del contenido que nos muestran, y un largo etcétera, han sido cuidadosamente pensados para canalizar estos impulsos.

Un columnista de The New York Times habla de “técnicas de secuestro”, que nos seducen y crean ciclos de revisión compulsiva de novedades. Por ejemplo, la mayoría de los sitios ofrecen recompensas espaciadas por lapsos irregulares, una técnica bien conocida por los operadores de tragamonedas y basada en los estudios del psicólogo B.F. Skinner, quien mostró que los intervalos aleatorios son los más eficaces para reforzar comportamientos. En palabras de Simon Parkin, de The Guardian, “ese es el secreto del éxito de Facebook que ha definido una era: chequeamos compulsivamente el sitio porque nunca sabemos qué deliciosa campanilla de reafirmación social puede sonar”.

Esto no debe leerse como si se tratara de una conspiración de los poderosos contra nosotros los incautos. No. No es secreto. Incluso hay quienes han explicitado sus objetivos a través de su nombre: Dopamine Labs, una start-up de Los Ángeles promete incrementar de manera significativa la tasa de uso de aplicaciones. Estas dinámicas son las que uno puede esperar de las fuerzas espontáneas del mercado, con todos sus vicios y virtudes. Por lo demás, es lo mismo que se hace en otros rubros. La industria alimenticia ofrece delicias tan bien diseñadas para excitar nuestras papilas gustativas, que hemos decido establecer frenos regulatorios para contener el consumo desbocado de grasas y azúcares.

¿Qué hacer?

A mi juicio, lo primero que cada adulto debe hacer es decidir si le importa o no gastar un porcentaje significativo de su vida dentro de estas plataformas. Es perfectamente legítimo plantear algo del siguiente tenor: “hay a quienes les hace feliz jugar fútbol, escuchar música o viajar. A mí me hace feliz estar siempre al día con lo que pasa con mis seres queridos y celebridades favoritas, y vitrinear en los universos inagotables de Instagram y Pinterest”.

Si de manera consciente decides que ese es el tipo de vida que quieres vivir, no es reprochable en lo más mínimo. No es lo que yo quiero para mi vida, pero no soy quien para suponer que te equivocas (siempre que se trate genuinamente de una opción sobre la que de verdad has reflexionado y no el resultado de la falta de voluntad). Si esta ha sido tu decisión, puedes dejar la lectura hasta acá.

Si en cambio crees que estos estímulos están acaparando una tajada desproporcionada de tu vida en desmedro de otros quehaceres más sustanciales, creo que hay varias medidas que se pueden adoptar. No leas lo que sigue como alguien pontificando desde el púlpito: me reconozco miembro de los afectados. Con mucha más frecuencia de la que quisiera me veo incurriendo en mi “triple check” de novedades: email-Whatsapp-Twitter. Con Twitter en particular he despilfarrado tiempo precioso chequeando notificaciones. ¿De qué me sirve interrumpir mi actividad principal para enterarme de que tal tuit recibió un like? Absolutamente de nada, pero me cuesta evitarlo porque soy un bicho social como todos.

Ten además en cuenta que lo que sigue solo se refiere a la administración del tiempo personal. El hecho de que tantos estructuren su ser social en base al número de likes de sus post sin duda merece una reflexión, pero es tema de otra columna.

En primer lugar, hay que reconocer que el fenómeno antes descrito es real. Sí, nos encanta recibir nuevas notificaciones porque satisface los impulsos sociales que evolucionaron a lo largo de millones de años en la sabana africana. Sin embargo, hay que ponerle coto para no dejar pasar el resto de la vida frente a una pantalla, de la misma manera que hay que ponerle coto a la ingesta de azúcar para no desarrollar diabetes aun cuando los deseos de seguir estimulando las papilas gustativas sigan vigentes. Solo si hemos hecho propio este reconocimiento, tiene sentido escuchar consejos prácticos.

Me adentro ahora en terrenos más personales

A mi juicio la medida básica es desactivar todas las notificaciones push. Si vivimos permanentemente interrumpidos por campanitas y globos rojos que gritan por nuestra atención, se dificulta la concreción de metas más sustanciales. Son por definición asuntos no urgentes, mensajes personales de Whatsapp inclusive, porque si lo fueran te llamarían por teléfono. Si en tu entorno laboral consideran los email o los mensajes de Whatsapp como urgentes, es algo que vale la pena conversar, pues la opción de levantar el teléfono y discar no ha desaparecido del planeta Tierra.

Luego, hay que tomarse el tiempo de planificar y disponer de alternativas valiosas para aprovechar el tiempo. Lecturas significativas, por ejemplo. Si viajas en transporte público y no tienes un libro que valga la pena (transparento mi conflicto de interés aquí), no te quepa duda de que terminarás monitoreando por sexagésima vez en el día los likes de tu último post, aun cuando bastaría con revisarlo solo una vez, al final de su “vida útil”. Hay tanto contenido fascinante, tanta lectura de verdad contundente, que es algo desconcertante verse rodeado de personas chequeando fotos del piscoleo de anoche (¡amigos que acaban de ver!) o de la cena de aniversario de no sé quién (un momento que, a mi juicio, nunca debió desbordar la esfera personal). Quizás son personas que han optado en forma consciente por esta opción, como se describió más arriba, pero mi sospecha es que muchos desembocan ahí por simple falta de iniciativa y/ voluntad. Y si te mareas al leer (en cuyo caso tampoco debieras sumergirte en redes sociales) existe una alternativa maravillosa llamada podcast, materia de un post futuro.

En un tercer nivel, está desterrar los íconos de las aplicaciones de la pantalla de inicio, y relocalizarlas en la periferia de tu teléfono. Puede parecer poca cosa, pero una dieta se vuelve harto más difícil si el pastel está siempre a la vista encima de la mesa.

En cuarto lugar, se debe evaluar desinstalar las aplicaciones del teléfono, de manera de circunscribir la actividad a los computadores de escritorio (posible incluso con Instagram, aunque los posteos son sin filtros).

El quinto nivel, el más radical de este listado, es renunciar a ciertas aplicaciones. Una cosa es ser activo en Facebook, o en Twitter, o en Instagram, o en Pinterest, pero ¿ser activo en varias a la vez no será un exceso que dificulta el autocontrol?

No soy un dinosaurio averso a lo nuevo. De hecho, pienso que estas herramientas han traído más bien que mal. Es solo que, así como se puede hacer deporte hasta infartarse o comer palta hasta la indigestión, incluso los quehaceres más saludables son perniciosos en exceso. Imagínate anciano, en tu lecho de muerte, repasando tu vida: “bueno, vi 1.463 fotos de platos de comida de mis amigos y pinché `me gusta´ en 976 viajes y 854 mascotas de terceros, pero nunca leí Crimen y castigo ni terminé la filmografía de Kubrick”. Respetable escoger esa opción, pero que no ocurra por descuido o falta de fuerza de voluntad.

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Comentarios
Alan Ordóñez | 2018-07-18 | 00:27
1
Para mí Facebook, Instagram y Whatsapp (que son las redes que uso) son males necesarios. Males porque son adictivas y me pasa lo que dice el post: entro cada cierto rato a revisar inicio y ver si hablaron en tal grupo, sabiendo que la mayoría de los contenidos son irrelevantes. Y necesario porque estas redes son donde están toda la gente: Una junta con amigos se organiza por whatsapp, las páginas de tiendas tienen facebook, las fotos de los artistas que me gustan las suben a instagram.

Esto hace que sea difícil estar desconectado pero no imposible. Mi solución es no tener smartphone, por lo que reviso mis redes solo desde el pc, dándome más "libertad" cuando salgo de mi casa. Además, con un complemento de Firefox que bloquea las páginas cuando gasto más de cierto tiempo navegando (Ej. cuando paso más de 10 minutos navegando en Facebook ó Instagram, se bloquean estas páginas hasta la siguiente hora) controlo el tiempo que gasto en estas redes, y así evito que pase lo típico de estar horas revisando inicio y no darse cuenta del tiempo transcurrido.

Saludos y gracias por el post!
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Carlos Bohle | 2018-07-19 | 09:21
2
Sumaría algo que leí, ya no recuerdo en qué libro: este constante cambio de atención no sólo te hace generar dopamina por la validación social, sino por la ilusión de una tarea cumplida (p ej, "vi las noticias" metiendome 10 segundos a ver los titulares a algun diario on line). Y el costo no sólo es el tiempo ocupado, sino que este constante cambio de atención, produce agotamiento.
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