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Imagen: María Jesús Martínez-Conde

Isla Mocha: el paraíso perdido del sur de Chile que pocos conocen

Viajamos a una de esas islas perdidas en nuestra costa que pocos tienen el privilegio de conocer, y descubrimos un paraíso de enorme potencial turístico. Hoy te contamos su historia, cómo llegar y qué experiencias se ofrecen.

Por María Jesús Martínez-Conde | 2018-02-22 | 12:19
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Se cree que la isla fue habitada desde mucho antes del siglo XVII, sin embargo, sólo desde entonces se tienen documentos sobre su población (existen datos arqueológicos que acreditan la existencia de cazadores desde 1.500 AC.).
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Los mapuche que habitaban la región costera de La Araucanía, conocidos como lafkenche, la llamaban “Amuchurra”, que quiere decir “la resurrección de las almas”. Al morir, creían que los espíritus cabalgaban esos 34 kilómetros a través del mar, sobre los lomos de cuatros ancianas convertidas en ballenas, llegando a la isla para resucitar. Este nombre original derivó a “Isla Mocha”, como se le conoce actualmente, y es uno de los tesoros turísticos mejor guardados de Chile.

En El Definido viajamos a este paraíso perdido en el sur del país y conocimos algunos de sus secretos. Hoy queremos contarles sobre su historia, su impresionante potencial turístico y sus encantos aún vírgenes.

Foto: María Jesús Martínez-Conde

Llegada y hospedaje

Este pedazo de tierra, aún desconocido para la gran mayoría de los chilenos, se encuentra ubicado justo enfrente a las costas de Tirúa, en la Región del Bío Bío. Es posible acceder al lugar en avioneta o en lancha, en un viaje que tiene una duración por aire de 15 o 20 minutos, versus 3 o 4 horas por mar. Al llegar en avioneta desde el aeródromo de Tirúa –pagando un “taxi aéreo” de 50 mil pesos ida y vuelta- se tiene la primera visión de la isla: montes verdes en medio del océano, poblados por gigantescos árboles centenarios, rodeados por playas de arena blanca.

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Al descender del avión, un cachetazo de aire húmedo golpea a los turistas, y el clima propio del Bío Bío en esta época de verano; una lluvia matutina puede ser el prólogo de un día soleado de playa. Así, las avionetas ajustan sus itinerarios al clima sin mirar pronósticos, sino atendiendo a la comunicación entre el continente y la isla, y esperando esas ventanas de buen tiempo que permiten los viajes de forma segura.

Foto: María Jesús Martínez-Conde

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Son escasos los hospedajes que se ofrecen y conviene viajar con reserva lista. Hay dos lugares con comodidades de hotel, comidas y paseos incluidos: Lodge Punta Norte y Lodge Punta del Saco. Obviamente estos son los más caros, ambos cobran entre 130 y 190 mil pesos las dos noches en época alta. Sin embargo, es posible acceder a hospedajes y campings más económicos en el pueblo.

¿Y qué se hace en la isla?

La isla es un territorio casi virgen (muy poco explotada en todo sentido), poblada sólo por alrededor de 600 personas, a las que se suman los turistas itinerantes. Por lo tanto, no es un destino turístico per se, sino más bien un territorio que hay que explorar con ayuda de los isleños, quienes poco a poco (muuuy lentamente) desarrollan alternativas y experiencias para los viajeros.

Si es que el hospedaje no dispone de transportes -como camionetas, jeeps, bicicletas, motos o caballos- es posible pagar a algún isleño para que los mueva sobre las tradicionales carretas de Mocha, tiradas por caballos. A pie las distancias son bastante largas (la isla tiene 48 kilómetros cuadrados), pero con ganas y tiempo también es posible hacerlo.

Foto: María Jesús Martínez-Conde

Dentro de las actividades recomendables, se puede dar la vuelta entera a la isla en una hora en auto, ir a conocer cualquiera de los dos faros, ir a la playa, pescar o hacer trekking a través de la Reserva Nacional Isla Mocha, que cuenta con varios senderos.

Foto: María Jesús Martínez-Conde

El sendero clásico corresponde a un trekking de cuatro horas aproximadamente (sólo para quienes se encuentran en buen estado físico, pues tiene su dificultad), y conduce desde los pies de los cerros hasta una laguna que corona la isla, en esta época del año, seca. Luego desciende hasta “el faro viejo”, mostrando antes unas alucinantes panorámicas del lugar.

Foto: María Jesús Martínez-Conde

Durante el trayecto, se puede apreciar un bosque nativo intacto de gigantescos árboles de 20 o 30 metros peinados por el viento: arrayanes que es imposible cruzar con tres abrazos juntos, olivillos, lumas, laureles y canelos. Además de una fauna diversa que cuenta con algunas aves endémicas (¡evolucionaron sólo en la isla!), como el rayadito de la mocha o el chucao de la mocha.

Foto: María Jesús Martínez-Conde

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Lamentablemente, esta Reserva Nacional aún no tiene el estatus de Parque Nacional, lo que permite a los isleños continuar explotando algunos de sus recursos naturales, como la tala de árboles centenarios para leña o la recolección de huevos de fardela blanca como manjar local. Aunque debiese hacerse “con especial cuidado”, está poco normado y los abusos son pan de cada día. Esta especie que nidifica en la isla cuando migra desde Alaska o California (¡así de lejos!), se encuentra hoy en peligro de extinción y es de extrema urgencia su protección. Durante el trekking, es posible ver sus nidos desde cerca, pues se trata de pequeñas cuevas en las laderas de los cerros y en los troncos de los árboles.

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Foto: María Jesús Martínez-Conde

Por último, el panorama imperdible del que todo turista debe ser testigo es “prender el gas” (whaaat?, así mismo dijimos cuando nos ofrecieron la experiencia). Se trata de un fenómeno que sucede en algunas de las playas del sector norte, en donde literalmente el agua burbujea a causa del gas metano que es expulsado desde pozos en el fondo marino. Así, con una antorcha prendida (por favor no hacerlo con encendedor ni fósforo, pues fuimos testigos de cómo un joven se quemaba el brazo intentándolo), los lugareños prenden llamas en el mar, lo que deja a los viajeros con la boca abierta y pasados a selfies en llamas.

Foto: María Jesús Martínez-Conde

Pero fuera de la curiosidad, este mismo gas natural es el que se utiliza para abastecer a la comunidad de electricidad, lo que sin duda celebramos como medio de energía limpia en una zona tan prístina como Mocha.

Piratas, ballenas y gallinas polinésicas

Pero isla Mocha no es un lugar que acaba de ser descubierto, cuenta con una historia fascinante repleta de aventuras y misterio.

Se cree que la isla fue habitada desde mucho antes del siglo XVII, sin embargo, sólo desde entonces se tienen documentos sobre su población (existen datos arqueológicos que acreditan la existencia de cazadores desde 1.500 AC.). En 1608, el rey de España Felipe II ordenó el despoblamiento de la isla, erradicando a los lafkenche y reubicándolos en el continente, pues argumentaba que los isleños ofrecían su ayuda a los piratas y corsarios que querían robar a la corona (¡se calcula que hay más de 100 naufragios en sus costas!). Paradojalmente, Francis Drake -uno de los piratas más famosos que pisó Mocha- fue herido en la cara por los lugareños, pues estos no estaban nada contentos con su presencia.

Grabado que ilustra la expedición holandesa de Joris van Spilbergen en abril de 1615

Recién en 1685 la orden del rey se hizo válida y la isla quedó abandonada y deshabitada por alrededor de 160 años, durante los cuales la naturaleza se desarrolló a sus anchas, sin intervención alguna de especies foráneas, de ahí su valor natural.

Durante el siglo XIX fue popular en la zona la caza de ballenas por parte de comerciantes norteamericanos, inclusive existió un puesto ballenero en la isla que alimentó varias historias, entre ellas la de Mocha Dick. El relato, escrito por Jeremiah Reynolds en 1839, narra los desastres causados por un legendario cachalote albino que surcaba las costas chilenas hundiendo cuando barco intentaba cazarlo, pues poseía una fuerza y una ferocidad fuera de lo común (puedes encontrar el libro preciosamente ilustrado, aquí).

Portada Mocha Dick, la leyenda de la ballena blanca.

Este breve cuento de 15 páginas, habría llegado de alguna manera a manos de Herman Melville, quien escribiría doce años más tarde la épica y archi famosa Moby Dick, haciendo un pequeño ajuste de nombres para el público anglo parlante. Sí señores, Moby Dick era chilena y nadaba en las cercanías de isla Mocha.

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En 1850 llegaron los primeros chilenos a la isla y el gobierno arrendó parte de sus territorios a algunos empresarios. Más adelante, durante el siglo pasado, se donaron parcelas a colonos y comenzó a gestarse lo que hoy es el pueblo de Mocha, “con registro civil, posta y ocho carabineros en engorda”, como nos contó alguno de sus lugareños, pues la verdad que poco pasa en la isla (aunque los problemas derivados del aislamiento son pan de cada día).

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Una de las noticias que últimamente ha remecido a científicos e historiadores, es el hallazgo de huesos de gallinas polinésicas en la isla, aves que datarían de entre 1304 y 1424. El análisis de su ADN arrojó que se trata de animales provenientes de la isla de Tonga y no de Rapa Nui, como se podría suponer por cercanía. Esto podría confirmar un contacto entre navegantes de Oceanía y la población americana, antes de la llegada de Colón a las costas del Caribe (aunque hay quienes dicen que los huesos de gallinas pudieron ser arrastrados por las mareas).

También han sido encontrados en la isla y en el continente aledaño, algunos cráneos que pueden ser identificados como polinésicos, por su típica forma pentagonal y una morfología particular de la mandíbula.

La invitación queda hecha entonces. Aunque ojo, que en invierno las condiciones de la isla no son las mejores para el turismo, porque hay varias zonas que quedan inaccesibles. Si aún pueden aprovechar los días de calor y están buscando un destino cercano pero distinto de lo tradicional, puede ser una excelente alternativa.

¿Viajarías a isla Mocha?

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