La oficina de Miguel Morales es casi como la de cualquier jefe: escritorio amplio, asiento cómodo y grande, un notebook prendido todo el día, papeles desparramados, iPhone a la vista, fotos de nietos colgando de las paredes. Viste una camisa a rayas, sin corbata, un pantalón oscuro y zapatos. Me recibe e invita a pasar con una sonrisa simpática. Un detalle altera el paisaje común de una oficina cualquiera: en la pared detrás de su silla, apoyado en una repisa, hay un bastón para ciegos, que lo acompaña hace 25 años.
Miguel, 63 años, no nació ciego. De hecho, la mitad de su vida tuvo visión y vivió normal, sin complicaciones: a los 21 años se casó. De esa relación nacieron cuatro hijos. Su principal trabajo fue como técnico en terreno en una empresa de teléfonos en plena dictadura. “Era una pega liviana. Ganaba muy bien. Me gustaba estar en terreno. Siempre he sido sociable, entonces el trabajo me gustaba harto porque hablaba con gente todo el día”, recuerda Miguel Morales.
En 1981 fue elegido presidente nacional del sindicato de trabajadores de su empresa. Era uno de los mejores momentos de su vida. Tiempo después comenzó a tener problemas para ver. No le tomó mucha importancia, siguió su vida normal. En 1985, a sus 33 años, sus problemas ya eran serios. Comenzó a preocuparse. Tan sólo dos años después tuvo que retirarse del trabajo. Estaba ciego. La enfermedad fue fulminante.
"En 1990 vino el apagón total. Es como si un foco estuviera alumbrándote. Es una luz permanente. Es como mirar a través de un vidrio empañado a contraluz", explica. Luego vino algo peor, el ajuste a su nueva vida.
“Cuando dejé de ir al trabajo, me encerré en mi casa. Pasar de estar todo el día afuera a encerrarse y depender de otros, fue realmente traumático”, recuerda Miguel. "Los primeros años mis hijos estaban esclavizados a lo que yo necesitaba. Si tenía que salir debían acompañarme. Pensé que ellos no merecían eso, quizá querían salir a jugar con sus amigos o hacer tareas. Empecé a tratar de hacer las cosas solo. Entendí que debía buscar la autonomía y no depender de nadie. Por eso, ese mismo año entré a un centro de rehabilitación".
Esa decisión sería el origen de una mini empresa para discapacitados, una corporación y, recientemente, una cooperativa.
“La tendencia actual de las empresas es pasar de una economía básica, a una social y colaborativa, en la que todos los involucrados salgan ganando. A mí me parece lo más razonable”, dice Cristóbal Juffe, sicólogo de la Universidad Central, 38 años, especialista en sicología comunitaria e integrante del equipo organizativo de COOPAI (Cooperativa de Abastecimiento Inclusivo), una cooperativa recién lanzada, diseñada para ayudar directamente a personas con discapacidad.
La idea de COOPAI es tener como mínimo mil socios que tengan algún tipo de discapacidad y comprar en conjunto insumos básicos de primera necesidad. Así negocian directamente con los productores, ahorrándose el costo que le suman los distribuidores y las mega empresas del retail. Funciona con la misma lógica de las famosas farmacias populares.
Miguel Morales es parte del Consejo Directivo de la cooperativa y fundador del proyecto. “Estuvimos un año trabajando con distintos profesionales en este proyecto. Finalmente lo logramos”, cuenta Miguel, que junto a su equipo asistieron el pasado 26 de noviembre al edificio Telefónica, para lanzar oficialmente la cooperativa.
“Si uno empieza a ver las características de las personas con discapacidad, nos damos cuenta que representan un grupo extremadamente grande, entre un 10 a 15% de la población. Es el grupo excluido más grande de Chile. Nosotros calculamos que las familias con discapacitados gastan cuatro veces más que una familia normal, pero cuando vemos caso a caso, nos damos cuenta que es mucho más que cuatro veces. Es un grupo extremadamente crítico de la población”, asegura Cristóbal Juffe.
Los socios pagarán una inscripción de 20 mil pesos, lo que les permitirá ser dueños de la cooperativa. Si alguien quiere retirarse, se le devuelve el dinero. Ser socios da derecho a acceder a los beneficios. La primera idea con la que están trabajando los organizadores, es armar una canasta básica de alimentos no perecibles. Esa canasta se les venderá a los socios a precio de costo. “Como negociamos con los productores, los socios se ahorrarán un 30% aproximadamente”, dice el sicólogo.
La canasta de alimentos es para partir, es sólo el comienzo. En el futuro se contará con más beneficios. Cuando ya estén las personas inscritas se analizará las necesidades de cada uno y se agruparán para satisfacerlas al por mayor. Por ejemplo: las personas postradas que utilizan pañales gastan 80 mil pesos mensuales, aproximadamente. Si entre los socios hay varias personas que necesiten comprar pañales, la cooperativa adquirirá los productos al por mayor y se los venderá a los socios a precio de costo, reduciendo, según los cálculos de COOPAI, a la mitad del precio normal.
“Está establecido en los estatutos que los excedentes que genere la cooperativa van a ser analizados por la asamblea y se reinvertirán, ya sea en ayuda técnica, capacitación, elementos para enfermos o cosas similares”, cuenta Miguel Morales.
Las cooperativas, desde su inscripción, tienen un plazo de 6 meses para demostrar que pueden funcionar según la legislación chilena. Si en ese plazo llegan a la meta de inscritos propuestos –en este caso mil–, se comienza a vender los productos. Ya hay varios interesados para ser socios de COOPAI.
Tras entrar a la escuela de rehabilitación, donde le enseñaron a usar el bastón para ciegos con el cual pudo salir de su casa por sí mismo, Miguel Morales se dio cuenta que los discapacitados tenían un potencial que no se aprovechaba. Se les enseñaban cuestiones básicas, como el uso del bastón o a andar en las calles, a tomar cosas o el sistema braile. En definitiva, se les enseñaba a sobrevivir. Pero Miguel no quería eso: su objetivo era vivir.
No concebía la idea de quedarse en la casa. Quería volver a ser útil, como en su época en la empresa de teléfonos. Por lo mismo, propuso en la escuela de rehabilitación la idea de que se impartiera un taller para capacitar a las personas ciegas en algún oficio y así buscar trabajo. La mayoría de los discapacitados que allí conoció nunca habían tenido un trabajo.
Un día de noviembre de 1990 una especialista de la escuela llamó a Miguel. Lo citó para una reunión el mismo día. Miguel llegó tarde, cuando ya había terminado. La especialista se acercó y le contó que su idea había sido aprobada. “¿Y quién estará a cargo?Para conocer su planificación”, preguntó. La respuesta de la especialista lo sorprendió: “Usted, don Miguel”.
Así, en los primeros meses de 1991 Miguel Morales fundó el taller Arma Mater, que rápidamente se convertiría en una pequeña empresa. Jugaron con la frase “alma mater”, porque sería el origen de algo que no existía, el alma mater del trabajo para discapacitados. Por otro lado “arma”, porque se dedicarían a armar productos.
El taller se desligó rápidamente de la escuela de rehabilitación. Un empresario les donó un galpón donde empezaron a funcionar. Comenzaron a prestarle servicios a empresas que necesitaban mano de obra. Arma Mater funcionaba sólo con discapacitados, que aprendían el oficio y trabajaban sin problemas. El emprendimiento fue creciendo. Pasaban de armar tapas de aerosoles, a colocar el corcho en botellas de champagne, según el requerimiento de la empresa con que trabajaban. Y ya no eran sólo ciegos. Hubo trabajos donde necesitaban visión, así que integraron personas con otro tipo de discapacidades que servían en la producción. Llegaron a tener 40 personas trabajando al mismo tiempo.
Pero faltaba más. Como ante la ley funcionaban como empresa, debían pagar impuestos y no tenían acceso a muchos beneficios. Por eso, en 1996 se convirtieron en la corporación Arma Mater, con la misión de gestionar proyectos que permitieran un mejor desarrollo del trabajo que se estaba haciendo. Además, en base a ayuda y a la reinversión de las ganancias, pudieron comprar maquinarias, accesorios y todo aquello que les sirviera para mejorar el trabajo.
“Pero con el tiempo nos dimos cuenta que las personas que llegan a nosotros tienen otro tipo de necesidades, no sólo el trabajo, y no los podemos ayudar, porque la corporación sólo puede ofrecer trabajo. Quizá alguien necesite un elemento que mejore su vida diaria. Algo que facilite su desplazamiento o ayude en reducir los costos mensuales de su hogar. En la corporación no podemos hacer nada. Pero con la cooperativa sí”, cuenta Miguel Morales, quien sigue siendo el presidente de Arma Mater.
Aunque Arma Mater y COOPAI no estén unidas formalmente, Miguel Morales es la figura que las entrelaza. La idea es ayudar, sin importar costos, tiempo, cansancio.
“Nací en una familia muy humilde, donde las cosas cuestan mucho. Pero la solidaridad se da natural. Crecí con ese pensamiento. Por eso cuando quedé ciego y supe que había gente que necesitaba ayuda, no lo dudé”, confiesa Miguel.
Tenía sólo 13 años y recién le habían comprado unos zapatos nuevos para ir al colegio. Manuel, su amigo de al frente, lo llamó para que ayudara a solucionar un problema con la electricidad. Miguel Morales, a su corta edad, sabía del tema. Cuando llegó a la casa de Manuel, antes de trabajar conversó con su amigo. Manuel le contó que apagaba la luz tirando un zapato. A Miguel le causó gracia y le pidió que mostrara su zapato. Cuando lo toma se dio cuenta que tenía un hoyo. Manuel andaba con ellos para todos lados. Era los únicos que tenía.
Miguel Morales cruzó a su casa, se sacó los zapatos nuevos, se puso los viejos, caminó devuelta a la casa de su amigo y le regaló los nuevos sin pensarlo dos veces. “Fue una reacción natural. Me nació en el momento. Cuando mi mamá me vio con los zapatos viejos me preguntó qué pasó con los recién comprados. Le conté que se los había regalado al Manuel porque no tenía. ‘¿Se los regaló?’ me preguntó. ‘Sí, los necesitaba’, le contesté. Ella me miró y no me dijo nada. No me retó. Entonces asimilé que mi acción fue buena. Crecí con ese tipo de cosas que me marcaron la vida”, recuerda el presidente de Arma Mater. “Siempre tengo la idea que se puede hacer un poco más por alguien”.
Miguel cuenta que nunca le ha gustado aislarse. Sabe la importancia de relacionarse con los demás. Cuando sale a la calle y alguien se acerca a ayudarlo, se queda conversando. Muchas veces, dice, ha dado su número porque a la gente le interesan sus proyectos.
Y sin duda el proyecto que últimamente cuenta con orgullo es COOPAI, la cooperativa para discapacitados. Eso sí, aunque la tendencia en Chile sea pensar en una economía colaborativa, Miguel nota que la gente en la calle se sorprende de su emprendimiento porque no conoce muy bien el sistema o porque desconfía. “En nuestro país se conjugan dos factores –aclara Cristóbal Juffe, especialista en sicología comunitaria– para que las cooperativas no se den masivamente: en primer lugar, que Chile sea el país con mayor desigualdad dentro de los países de la OCDE; y también es el país con menos confianza en el otro. Tenemos un índice de confianza en el otro de un 13%, siendo que el promedio de los países OCDE es alrededor de un 59% y los países más altos son de 89%. Es decir, tenemos arraigada la costumbre de desconfiar de la persona que tenemos al lado. Los sistemas de economías colaborativas requieren de la confianza”.
Cristóbal continúa diciendo que “no es raro que estos indicadores se den en Chile, ya que para superar la inequidad se necesita confianza entre las personas, y que la sociedad se estructure horizontalmente. Estableciendo ese tipo de lazos se puede terminar con los monopolios por parte de un par de empresas que tienen casi todos los productos que nosotros consumimos a diario”.
Las primeras semanas de diciembre estuvieron marcadas por las repercusiones de la Teletón. Se superó a la meta. Todo un éxito. Sin embargo, en la previa, las críticas que despierta la campaña hicieron eco en los medios de comunicación, como nunca antes. El Informante, por ejemplo, invitó al propio Don Francisco a conversar sobre este tema.
Miguel Morales es parte de ese grupo crítico. Reconoce que criticar a la Teletón es sumamente impopular. “La campaña es tan aplastante que uno queda como una persona inhumana”.
Hubo un tiempo, en la década de los '90, que la Teletón envió algunos jóvenes a la corporación Arma Mater para que se pudieran capacitar en algún oficio. Lo hicieron bien, como cualquier otra persona.
“Teletón ha generado una imagen negativa, porque las personas con discapacidad no somos sujetos de caridad. Esa visión es muy difícil de sacar. En estos días la gente se dice solidaria, pero no. Andan con una actitud asistencialista. Nosotros no necesitamos eso. Yo necesito que alguien me ayude, sí, pero no quiero que alguien piense que yo dependo de los demás. Esa imagen no nos ayuda en el desarrollo”, afirma con convicción Miguel Morales.
Lo único que pide es que confíen en ellos y sus capacidades.
Recuerda que cuando comenzó con Arma Mater, en 1991, y se acercaba a empresas a pedir trabajo, lo miraban raro. “¡Cómo un ciego iba a pedir trabajo! Era algo impensado en ese tiempo. Lamentablemente esa imagen social era ayudada por la campaña televisiva de la Teletón”, afirma.
Para finalizar la conversación, Miguel Morales plantea una pregunta relevante, con la experiencia de una persona con 25 años ayudando desde la discapacidad misma y luchando día a día para ser cada vez más autónomo : “Yo le decía a un terapeuta de Teletón: si haces caminar a una persona, ¿para qué lo haces caminar? Tiene que tener un sentido. Yo cuando quise usar el bastón era para trabajar. Si no tengo trabajo, ¿para qué aprendí? Si uno le da elementos a alguien es para algo. Los niños que salen de la Teletón, a ¿qué salen?”