Tenemos malas noticias para los enemigos de los organismos genéticamente modificados (GMO) o también llamados transgénicos: prácticamente todas las frutas y vegetales que comemos y que llevamos comiendo desde hace al menos un milenio, están alterados en su secuencia genética.
Así que en pocas palabras, si lo que te estás comiendo viene de una planta, entonces es un GMO. Claro, quizás no fue debido a un proceso de laboratorio, pero hubo una modificación genética de todos modos. ¿Es eso malo? El debate al respecto es extenso, pero la evidencia plantea que estos alimentos no son dañinos para la salud. De hecho, hay quienes dicen que oponerse a ellos podría incluso ser perjudicial para el medioambiente.
Como sea, se estima que en el mundo hay más de 2.500 especies de plantas que han sido “domesticadas” por el humano, es decir, que sus fenotipos han sido modificados a partir de la intervención en sus secuencias genéticas. ¿Y qué ha significado esto para la humanidad? Bueno…
Partamos por lo básico: ¿qué implica la domesticación de una planta? En pocas palabras, significa que es un proceso de selección genética continuo (consciente o inconscientemente) ejercido por los humanos durante la adaptación de plantas. Así, se generan cambios morfológicos, fisiológicos y genéticos.
Como dijimos, estos se pueden hacer de manera inconsciente, como por ejemplo, cuando se realiza un cultivo en un ambiente que hace que sus propios componentes cambien de manera “natural”. Aunque por otro lado está la selección artificial, que corresponde a la técnica más común en esta área y que tiene que ver con cómo los humanos modificamos activamente a las plantas.
Se trata de una especie de evolución guiada por la mano del hombre y que consiste en cruzar especies que presentan los fenotipos deseados. Desde que se inventó la agricultura que esta técnica se realiza y para basarnos en un ejemplo, hablaremos de la mostaza silvestre.
Esta es algo así como el “semental” de las plantas, ya que gracias a su información genética se pudo lograr que surgieran especies como el brócoli (al suprimir el desarrollo de las flores de la mostaza), la coliflor (que corresponde a las flores estériles de la planta), el repollo (gracias a la supresión de la distancia internodal de la mostaza), etc.
Todos estos ejemplares vienen del mismo lugar (la mostaza), pero consiguieron desarrollarse de una manera distinta gracias a que el ser humano seleccionó artificialmente ciertos atributos para cruzarlos y así dar origen a plantas más “evolucionadas”.
Se imaginarán entonces que las frutas, vegetales, tubérculos y raíces que comemos en la actualidad son bien distintos hace unos milenios o centenarios atrás. Pero… ¿qué tanto?
Los plátanos eran algo así como una tuna (pero aún más malos). Eran más secos, duros y tenían un montón de semillas grandes y duras en su interior. ¡Gracias selección artificial!
Algo parecido ocurría con la sandía, que de refrescante no tenía tanto, ya que era mucho más seca que ahora y poseía mucha menos fibra. Probablemente era infinitamente menos dulce también. Snif, snif.
La berenjena no solo tenía un color distinto, sino que varios: podía aparecer en azul y amarillo, entre otros. Aunque tenemos que confesar que quizás mucha gente podría haber seguido viviendo una vida normal sin la modificación genética que experimentó la berenjena. Después de todo, no es tan popular, ¿no?
(Imágenes: Warut Roonguthai/Wikimedia Commons)
Quizás uno de los extreme makeover más importantes lo vivió la zanahoria. Todos sabemos que es una raíz, pero no esperábamos que su antepasada se viera tanto como una… ¿raíz? Literalmente eso es lo que era antes, cuando tenía un sabor mucho más intenso que ahora.
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No podemos perder la oportunidad de tocar un tema muy importante sobre el aspecto de las frutas y verduras. Nos hemos acostumbrado a tal nivel a la imagen “ideal” de manzana, naranja o zanahoria, que el mercado ha terminado imponiendo estrictos cánones de belleza.
Sí, siempre elegimos el durazno redondito, pero eso ha hecho que nuestras preferencias estéticas dejen a un 40% de los productos vegetales fuera de los supermercados y se lleguen a desperdiciar 300 millones de toneladas al año.¿No sería mejor vender también los productos “deformes”? Alimentan igual que los “perfectos” y podrían ser hasta un 30% más baratos, según planteó hace unos años una potente campaña de la cadena de supermercados franceses Intermarché.