Algunos se reían de ellos. Decían que no podrían crear la primera planta con emisiones negativas de carbono en Islandia, pero lo lograron. Climeworks comenzó hace 10 años con un proyecto que terminaría convirtiendo el CO2 en un mineral sólido. ¿Cómo fue posible y cómo se podría replicar en otras partes del mundo?
Las temperaturas en Islandia pueden llegar a ser bajísimas (- 14 º C), pero está ubicada en una de las regiones subterráneas más cálidas del mundo, ya que está rodeada de una gran cantidad de volcanes. Es por eso que les resulta tan fácil producir energía geotérmica. Sin embargo, el problema es que al perforar estos volcanes se incrementa la liberación de dióxido de carbono. ¡Oh, no!
A pesar de que la energía geotérmica es bastante limpia (produce solo el 3% de las emisiones de una planta de carbón), igualmente Islandia quería reducir sus emisiones a cero.
La central geotérmica de Hellisheidi, la más grande del país y situada literalmente en un volcán, decidió comenzar un proyecto con la empresa suiza Climeworks en 2017. Juntos instalaron la máquina que haría maravillas: capturar el dióxido de carbono del aire, mezclarlo con el agua, inyectarlo nuevamente en la tierra y convertirlo en piedra.
Esta inyección se realiza a unos 1.000 metros bajo tierra, donde el carbono reacciona con la roca basáltica y se convierte en piedra.
Con este sistema y en esta planta, Climeworks planea absorber 50 toneladas de dióxido de carbono de la atmósfera durante un año, que equivale más o menos a las emisiones de gases de efecto invernadero de una familia estadounidense.
"Esto es a pequeña escala, pero la razón principal es preparar una escalamiento" de la tecnología, aclara Jan Wurzbacher, director y fundador de Climeworks.
La empresa suiza ha declarado que para el 2025 espera capturar el 1% de las emisiones mundiales, sin embargo aún queda un gran desafío que enfrentar: el alto costo. Actualmente por una tonelada de dióxido de carbono se necesitan 600 dólares (unos CLP $350 mil), pero ellos creen que podrían reducirlo a solo 100 dólares para el 2025 o 2030.
Otras empresas como la canadiense Carbon Engineering o la norteamericana Global Thermostat también han demostrado que es posible convertir al CO2 en piedra. Sin embargo, el camino no ha sido fácil para proyectos relacionados a la captura de dióxido de carbono, pues se ha gastado mucho dinero en proyectos fallidos, su diseño tecnológico es sumamente caro y algunos hasta cuestionan su efectividad.
Cerca de un 30% de la energía mundial proviene del carbón. Expertos aseguran que en 2017 aumentó su demanda mundial, y que podría seguir creciendo, ya que se están construyendo nuevas centrales en países en desarrollo, principalmente porque es más barato construir este tipo de plantas (y hay menor regulación). Casi lo mismo sucede con las industrias del petróleo y gas.
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Por eso la urgencia: hay que comenzar a desarrollar y masificar tecnologías que absorban o reutilicen el CO2. Sí, su aplicación es cara y además de privados que puedan llevar a cabo estos proyectos billonarios, requiere de países y empresas dispuestas a invertir sin que se pueda asegurar su éxito. Por eso es necesaria la ayuda del gobierno y su aporte a través impuestos.
La idea es desincentivar la construcción de plantas de energía que no convierten el dióxido de carbono e incentivar fuentes más limpias. En eso trabajan las ONG Climate Interactive y MIT Sloan, quienes crearon una herramienta que simula qué tan importante es asignar impuestos y subsidios para crear este tipo de plantas.
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Un buen ejemplo es el caso de Alemania. Hace casi 20 años atrás los alemanes se tomaron en serio el llevar a cabo la revolución de la energía solar. ¿Y cómo? Cambiaron la ley de energía renovable, exigiendo que la electricidad de fuentes renovables tuviera prioridad y otorgando préstamos a bajas tasas a quienes quisieran instalar paneles solares en sus techos. Gracias a esta innovación, terminaron creando un mercado que benefició al resto del mundo: los precios bajaron y se hicieron relativamente accesibles.
El proyecto Global CO2 ofreció en 2015 competir por el “Carbon X-Prize” que entrega 20 millones de dólares (12 mil millones CLP) a los ganadores. El premio será otorgado en febrero del próximo año a quien construya el mejor prototipo que capture al menos 200 kilogramos de dióxido de carbono por día durante 36 horas y convertir eso en algo útil.
Este premio está inspirado en el mismo modelo de 1919 cuando se ofrecieron $ 375.000 de dólares (222 millones CLP) para realizar el primer vuelo entre Nueva York y París. En total, los equipos que compitieron gastaron cerca de 6 millones de dólares (3.600 millones CLP), mientras que el desarrollo de la innovación sólo costó 222 millones para quienes asignaron el premio. Este concurso terminó cambiando por siempre la industria de la aviación. ¿Podrá ser este el caso de la del dióxido de carbono?