El agujero de ozono es literalmente un hoyo que se hace en esta capa que recubre a la Tierra, la que nos ayuda a reducir el impacto de la radiación ultravioleta del Sol, entre otras cosas. Lamentablemente, cada año se produce este fenómeno que no es constante, ya que suele ocurrir con mayor intensidad entre agosto y noviembre, principalmente en el territorio antártico.
La mala noticia es que su origen es completamente humano. A través del uso de aerosoles con clorofluorocarbonos (CFC) estamos destruyendo esta barrera natural de nuestro planeta cada día. ¿La buena noticia? ¡El agujero se está cerrando!
Según una investigación del Grupo de Investigación Antártica de la Universidad de Santiago, este agujero registró su nivel más bajo en 16 años. Para comprobarlo, los expertos analizaron todos los días entre el 7 de septiembre y 13 de octubre de este año la dimensión de este fenómeno.
En promedio, alcanzó un tamaño de 17 millones de km2, tamaño similar a lo que mide Sudamérica (uf, igual sigue siendo grande). Y según los expertos, antes de finales de este siglo quizás podríamos presenciar el cierre del agujero, siempre y cuando no haya una erupción volcánica catastrófica en alguna parte del mundo.
Una de las principales razones que explican este logro apuntan a lo conseguido por el Protocolo de Montreal. Esta iniciativa impulsada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en la década de los ’90 logró que los países que se suscribieron al acuerdo reemplazaran los componentes tóxicos de sus aerosoles como el CFC por otros menos nocivos.
Ahora, eso no quedó solo ahí. Por ejemplo, en 2016 los países miembros del protocolo tuvieron que adoptar medidas para prevenir el uso de hidroflurocarbonos (HFC). Los hermanos, también malignos, de los CFC.