Era 1938 y el mundo estaba al borde de la Segunda Guerra Mundial. En la radio, La Guerra de los Mundos, dirigida por Orson Welles, provocaba el pánico entre los estadounidenses. Welles había adaptado la novela del mismo nombre para hacer un guión de radio, en donde narraba de manera realista cómo una lluvia de meteoritos caía sobre el planeta, revelando posteriormente, que se trataba ni más ni menos que de contenedores de naves marcianas. Muchos se aterrorizaron al escucharlo, pues no habían oído el inicio del programa, cuando se aclaraba que se trataba sólo de ficción.
Winston Churchill, fumándose tranquilamente uno de sus cientos de puros, fue testigo y protagonista de una época que anunciaba el fin de los tiempos. Mientras en la Tierra las relaciones internacionales hervían, él miraba al cielo no únicamente para preguntarse cuándo Londres sería bombardeada, sino también por la existencia de vida extraterrestre. Tal cual, el futuro Primer Ministro inglés (1940-1945 y 1951-1955), inspirado por una época que ya comenzaba a tener estas inquietudes, se preguntó sobre la vida en otros planetas y escribió, en 1939, un ensayo titulado ¿Estamos solos en el Universo?.
Esto es lo que publicó la revista Nature sobre el documento recientemente descubierto.
Churchill no solo fue una figura central en la política del siglo XX. Quienes conozcan su vida o hayan visto la serie de Netflix, The Crown, sabrán que además era un apasionado del arte y dedicaba parte de su tiempo libre a la pintura. Pero había más, “el bulldog británico”, como le llamaban los soviéticos, tenía la convicción de que la ciencia debía formar parte íntegra de un gobierno.
A los 22 años y estando destinado en la India por el Ejército, leyó El origen de las especies, de Darwin, lo que lo impulsaría a escribir en años posteriores sobre la evolución y las células (y ahí otro de sus intereses, la literatura, ¡incluso ganó el Premio Nobel de Literatura en 1953!). También publicó varios artículos en la década de 1930 sobre temas científicos de su interés, como por ejemplo, un ensayo sobre la energía generada por la fusión nuclear.
Luego de asumir como Primer Ministro y verse enfrentado a la guerra, se hizo aconsejar cercanamente por Frederick Lindemann, un físico que lo asesoró en varias de sus gestiones de gobierno: desarrollo del radar, del programa nuclear, construcción de laboratorios, telescopios e implementación de programas que más tarde harían avances en varias áreas, como la genética molecular.
Así y todo, Churchill tenía claro que no podía existir un gobierno de científicos, pues los valores humanistas y la moral debían primar sobre otras cosas: "Necesitamos científicos en este mundo, pero no un mundo de científicos", decía. Lo que queda claro es que sus intereses rebasaban con creces la política e, inclusive, los límites de nuestro planeta.
Todas estas inquietudes llevaron a Churchill a escribir un ensayo en 1939, que tituló primero ¿Estamos solos en el espacio?, y que luego corregiría, en la década de 1950, titulándolo ¿Estamos solos en el Universo?, haciendo eco de los cambios en la terminología científica. En el ensayo, el político se preguntaba por las posibilidades razonables de la existencia de vida en otros planetas, utilizando argumentos científicos, probablemente conversados con Lindemann.
Supuestamente, este ensayo mecanografiado de once páginas iba a ser publicado por la revista News of the World, pero nunca salió del escritorio de Churchill y, tras su muerte, fue archivado en el US National Churchill Museum en Fulton, Missouri (Estados Unidos), sin que el mundo lo conociera. Hace poco fue descubierto y desempolvado por el astrofísico Mario Livio, quien se asombró con el nivel de conocimiento científico de Churchill.
Al líder británico se le hacía difícil creer que los seres humanos estuviésemos solos en el universo, pues consideraba que la vida, es decir la capacidad de “reproducirse y multiplicarse”, requería de la existencia de agua en un planeta, condición que probablemente estaba presente en otras latitudes del universo. Para Livio, este razonamiento resulta muy contemporáneo, tomando en cuenta que hoy las investigaciones de vida extraterrestre en lugares como Marte, las lunas de Saturno o Júpiter, se basan aún en este requerimiento.
Luego, “el bulldog británico” reflexionaba respecto a la distancia en que un planeta debía estar de su estrella para albergar vida; ni muy cerca ni muy lejos, tal como la Tierra del Sol. Sólo así el agua podría presentarse en su estado líquido y, consecuentemente, posibilitar algún tipo de vida. ¿Qué planetas del Sistema Solar cumplían con esto?
Solamente Venus, la Tierra y Marte, pues a Mercurio lo consideraba demasiado cálido y al resto de los planetas demasiado fríos. Incluso descartaba que la Luna u otros asteroides pudiesen albergar vida, pues su débil gravedad imposibilitaba la presencia de una atmósfera.
Hace poco, en El Definido te contamos sobre el último anuncio de la NASA: la existencia de siete exoplanetas (planetas fuera del Sistema Solar) que orbitan una estrella a 39 años luz, que son rocosos, similares a la Tierra y están ubicados en la “zona de habitabilidad” de ese sistema, es decir, podrían albergar agua en estado líquido, y por ende vida.
Churchill se "anticipó" más de sesenta años a este descubrimiento, pues en sus reflexiones también sopesó la posibilidad de vida en planetas más allá del Sistema Solar, aunque aún ni siquiera se había comprobado la existencia de exoplanetas: “el Sol es solamente una estrella en nuestra galaxia, la cual contiene miles de millones de ellas”, aseguraba. Planteaba que era muy posible que estas estrellas albergaran planetas de un tamaño similar al de la Tierra, ubicados también a una distancia que posibilitara la existencia de agua líquida y, consecuentemente, vida. “Con cientos de miles de nebulosas, cada una de las cuales contiene miles de millones de soles, hay enormes probabilidades de que muchas contengan planetas en los que la vida no sea imposible”, agregaba.
Hoy se sabe que existen 3.461 exoplanetas, 4.696 candidatos que se están estudiando, 2.584 sistemas solares y 352 exoplanetas similares a la Tierra en tamaño y ubicación respecto a su estrella, de acuerdo a la NASA.
Aplicando la lógica, el político señalaba en 1939 que era probable que no se tratara siempre de grandes civilizaciones las que habitaran estos planetas, sino cualquier tipo de “criaturas vivas, e inclusive plantas”.
“Un día, posiblemente en un futuro no muy lejano, será posible viajar a la Luna, o incluso a Venus o Marte”, aseguraba el británico, convencido de que los viajes a través del Sistema Solar serían posibles en un corto tiempo, aunque consideraba que las misiones interestelares eran mucho más complicadas. Sólo 30 años después, Neil Armstrong pondría un pie sobre la Luna.
Viviendo en una época convulsa y a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, la confianza de Churchill en el ser humano fue puesta a prueba todos los días, llegando a dudar si realmente nuestra civilización podía considerarse a sí misma exitosa.
“No estoy tan impresionado por el éxito de nuestra civilización como para pensar que seamos el único punto en el inmenso universo que contiene criaturas vivas y pensantes, o que seamos el tipo de desarrollo mental y físico más elevado que haya aparecido jamás en la vasta extensión del espacio y el tiempo”. Con esta reflexión, Churchill quizás imaginaba una cultura extraterrestre en que los conflictos se resolvieran de otras formas y en que “las criaturas pensantes” tuviesen un desarrollo cognitivo superior al nuestro.
Finalmente, Mario Livio señala en su artículo que Churchill resulta un ejemplo en cuanto a la importancia que brindó a la ciencia al momento de ejercer como gobernante. Agrega que "en una época como la actual en la que tantos políticos rechazan la ciencia, me parece conmovedor recordar a un líder que se comprometió con ella de manera tan profunda", aludiendo probablemente al presidente Trump y a su negación del cambio climático.
Churchill fue un líder potente y admirado, aunque no exento de controversias, que no pueden ser ignoradas. Sin embargo y centrándonos en sus fortalezas, ejemplos como el suyo -quien dio oportunidades a los científicos británicos de participar en la decisiones de gobierno y ser activos actores sociales- hoy son inspiradores. Sobre todo en un momento en que la urgencia climática nos obliga a tomar decisiones.