Despacito (Daddy Yankee con Luis Fonsi), Reggaeton Lento (CNCO), Báilame Despacio (Xantos). No, no es que ahora estemos haciendo listas de reproducción para Spotify. En realidad, estas tres canciones reggaetoneras hablan de algo parecido al foco de este artículo: vivir la vida de una manera más lenta.
Bueno, de una manera bastante más superficial, pero ya sea perrando a lo Lucho Jara o simplemente leyendo un libro, el Movimiento Lento está agarrando cada vez más fuerza en esta sociedad cuyo ritmo de vida se acelera por segundo, sin que nos demos cuenta.
A continuación te contaremos sobre las distintas tendencias que existen al respecto, que reaccionan buscando apretar el pedal de freno para vivir con más calma y así, parecernos un poco más a las tortugas relax de Buscando a Nemo.
Sí, la comida es un tema sensible. De hecho, fue lo que dio la partida para el desarrollo de esta tendencia de la que estamos hablando. Y todo se debió a la llegada de Mc Donald’s a Roma en el 1986, lo que desató la molestia de los cocineros de la zona, quienes vieron cómo una cadena de comida rápida llegó a ganar terreno en una región llena de antiguas tradiciones culinarias. Aquellas tradiciones que pueden tener incorporado de todo, menos el concepto de lo exprés y donde las recetas originales son casi sagradas (anda a echarle ketchup a los tallarines allá y prepárate para sentir el rechazo más grande de tu vida).
Tres años después se firmó en París el manifiesto del Slow Food, un movimiento que podría definirse como el antónimo de la comida rápida: dedicación en la cocina, énfasis en la selección de los mejores ingredientes, precios justos y preocupación por la cadena productiva (desde los procesos de agricultura hasta el marketing). Todo esto, como respuesta al boom de los Big Mac y Cuartos de Libra.
Así, se configuró este escenario en el que se resaltan valores como lo bueno, lo limpio y lo justo cuando se habla de calidad en comida. Básicamente, su filosofía se basa en que todo el mundo debe poder acceder a una alimentación buena, que favorece a quien la consume, a quien la produce y también al medioambiente.
Y ya lo podemos encontrar en todas las partes del mundo. Incluso en Chile. Por ejemplo, el restaurant Trawén de Pucón se caracteriza por su estilo Slow Food.
No solo de comida vive el hombre, también "necesita" de la moda. Y este mundo ha llegado a ser reconocido varias veces por no ser siempre el más amigable con el medioambiente ni con las personas que trabajan para él. Es por eso que también se gestó el movimiento de Slow fashion o Moda lenta.
Este adquirió más relevancia después del trágico accidente del 2013 en una fábrica de textiles de Bangladesh. Más de mil personas murieron ahí, en donde también se evidenció las precarias condiciones en las que trabajaban sus empleados. Así, también nació la Fashion Revolution, una organización con un propósito similar al del Slow Fashion: favorecer el desarrollo de una industria de la moda sustentable, amigable con el medioambiente y con una visión de largo plazo.
Y en pocas palabras, esta tendencia se posiciona como el antónimo de la ropa altamente industralizada y masiva. La idea es terminar con esa costumbre de comprar y comprar ropa barata (generalmente es de mala calidad) que termina siendo desechada al poco tiempo. En vez de eso, este movimiento propone comprar ropa un poco más cara, pero que dure "para toda una vida".
Aunque al igual que con la Slow Food, se pone énfasis en la cadena de producción. Esto, para velar por que los derechos de los trabajadores se respeten, que los efectos negativos de la producción de ropa se vean minimizados y que tengamos poco, pero muy, muy bueno.
¿Te imaginas aplicar todas las características del Movimiento Lento a una ciudad? Bueno, ya existe y se llama Slow Cities. Consiste en una tendencia nacida en el 1999 con la organización CittaSlow, que sentó los paradigmas de este modelo que se preocupa de resguardar la identidad de las ciudades, de una manera lenta y saludable.
Estas ciudades son de no más de 50 mil habitantes, en donde todo está pensado para que no haya espacio para el ajetreo de las grandes metrópolis. Son lugares con centros históricos peatonales para evitar los grandes flujos de autos, en donde los restaurantes son los emblemas de la Slow Food y en donde se favorece el comercio local, además de la agricultura y la ganadería sustentable.
Ahora, tampoco significa que las personas no puedan correr y que todo lo hagan sumamente lento, al estilo de los burocráticos perezosos de Zootopia. En realidad, una Slow City es una ciudad en donde las cosas se hacen a conciencia, con respeto del medioambiente y cuidando aspectos como la hospitalidad y la convivencia.
Este fenómeno también se da en el área de la educación y recibe el nombre de Slow Education. Nació como parte del rechazo al actual sistema educativo en la mayoría del mundo Occidental: pruebas estandarizadas, mallas curriculares estrictas, tiempos de estudio predeterminados, etc.
De esa forma, esta tendencia sugiere todo lo contrario: educación personalizada, contenidos variados, según el interés del alumno, la enseñanza del respeto por todos los seres vivos, ritmos de estudio a la medida y mucho más.
Aunque de todo, la premisa básica de este movimiento es que, más allá de enseñarle contenidos a los alumnos, lo mejor que podemos hacer es enseñarles a aprender. Esto, a través de la discusión, los debates, el pensamiento crítico y materias como el manejo de residuos o incluso la gastronomía (para, de paso, incorporar conceptos como el Slow food).
Muchos han ido o conocen gente que ha realizado el clásico tour de Europa. Un día corren hacia la torre Eiffel, al otro se están sacando fotos en la torre de Pizza y al siguiente ya están recorriendo las sorprendentes calles de Berlín. Pues buen, a pesar de que eso puede ser un viaje que muchos envidiamos, también existe otra manera de hacerlo y se llama Slow Travel.
La idea de esta tendencia es que hay que tomarse el tiempo necesario para conocer algún lugar. Su gracia es que ayuda a desarrollar una mayor conexión con el lugar que se visita, estableciendo lazos con la cultura local, sus costumbres y su gente. ¿Cómo se hace? Bueno, principalmente a pie o a caballo.
Por ejemplo, en vez de hacer un check list con todos los museos, iglesias y parques que hay que visitar (y fotografiar), se trata de vivir el ritmo de la ciudad, darse el tiempo para tomar un café con calma en una esquina poco frecuentadas, etc. Es decir, no viajar solo para que quede registrado en tu Instagram, sino que en la forma en la que verás el mundo después.
Naturalmente, es un tipo de turismo que requiere más tiempo (y, en algunos casos, más dinero), pero sin duda que es una excelente manera de recopilar experiencias y de realmente conocer, más allá de los tours clásicos.
Como pueden ver, movimientos de este tipo hay en casi todos los aspectos de nuestras vidas. De hecho, hace un tiempo ya les contamos sobre lo que ocurre en Noruega con la Slow TV(en donde transmiten cosas como un viaje en tren que dura siete horas).
Y definitivamente se trata de un fenómeno muy interesante. Después de todo, funciona como un llamado de atención para bajarle el ritmo a nuestro estilo de vida, pensar y darnos cuenta de qué es lo realmente importante. ¿No creen?