Pocas cosas provocan más orgullo para una persona y una nación que recibir el llamado de la Academia Sueca y escuchar "Hola, usted ha ganado un Nobel. Nuestra Majestad, Carlos XVI Gustavo de Suecia, lo recibirá con una cena. Por favor, no lo llame Charly, nadie lo llama así desde Pre Kinder".
En Latinoamérica lo hemos vivido varias veces y cada año podemos imaginar que las sensaciones se repiten, reviviendo los épicos discursos de Neruda, Mistral, García Márquez y tantos otros. Lo que seguramente no nos cabría en la cabeza es alguien diciendo: "Mmm, mire, la verdad ya tenía panoramas, y allá hace mucho frío. ¡Ah! Llegó la pizza ¡Adiós!".
Rechazar un Nobel requiere de un carácter especial o de circunstancias extraordinarias. Así lo prueban las experiencias de un filósofo, un político, un poeta y tres científicos, quienes pasaron a la historia por, además de sus logros, rechazar la medalla con el perfil de Alfred Nobel.
El 15 de octubre de 1964, el filósofo y escritor leía, como regularmente lo hacía, el suplemento literario del diario Le Figaro, cuando vio que su nombre era mencionado en una columna del corresponsal sueco. Con sorpresa leyó que la Academia Sueca lo daba como favorito para ganar el Nobel de Literatura. Al día siguiente, Sartre escribió una carta a la Academia aclarando que no tenía ni un interés en ser considerado. La sorpresa se transformó en horror, cuando el filósofo se dio cuenta que el Premio Nobel era otorgado sin consultar la opinión de los ganadores. Ganó, y debió rechazarlo públicamente.
¿Por qué Sartre rechazó el Nobel? En aclaraciones hechas a la prensa sueca a la semana siguiente, aludió a dos tipos de razones: personales y objetivas.
Primero explicó que, como regla personal, él siempre rechazaba honores y premios. Así lo había hecho luego de la Segunda Guerra Mundial, al rechazar la Legión de Honor, y lo volvería hacer. "Todos los honores que él (un escritor) pueda recibir, exponen a sus lectores a una presión que no considero deseable", escribió. "Si firmo Jean-Paul Sartre no es lo mismo que si firmo Jean-Paul Sartre, ganador del Nobel". Para el francés, entonces, aceptar la medalla significaba cargar con la asociación a la Academia, lo que claramente no deseaba ni para él ni para los miles que devoraban sus escritos.
Su razones objetivas, mencionaba, tenían que ver con su posición de neutralidad frente a los dos bloques que dividían al mundo en ese momento (plena guerra fría). Al rechazar el Nobel, evitaba abanderarse por un lado, creía.
También mencionaba en su carta que, si bien no veía el Nobel como algo expresamente "Occidental", sí notaba un desdén por el trabajo de socialistas creyentes en la causa y que le sorprendía que no se hubiese premiado, por ejemplo, a "Neruda, uno de los más grandes poetas sudamericanos". Pocos años después, parece que los suecos se avisparon porque premiaron al poeta nacional.
Un caso menos conocido es el de Lê Đức Thọ, político, general y revolucionario vietnamita cuyo nombre parece un error de pantalla, pero no, tranquilos, es así.
Su historial es bastante rico en matices: fue encarcelado durante una década por las autoridades coloniales francesas, luchó en la independencia de Vietnam de sus colonizadores, y lideró el levantamiento del partido comunista contra el gobierno de Vietnam del Sur, lo que significó el inicio de la Guerra de Vietnam.
En 1973, pasó a la historia al negociar un acuerdo de cese el fuego con el secretario de estado de Estados Unidos, Henry Kissinger. Por aquel logro, ambos fueron distinguidos aquel mismo año con el Premio Nobel de la Paz. Mientras el norteamericano lo aceptó, su contraparte vietnamita lo negó por la simple razón de que la paz aún no existía, acusando a Kissinger y al gobierno de Vietnam del Sur de violar su parte del trato, agregando que solo aceptaría el premio luego de un completo cese de hostilidades:
"Una vez que el acuerdo de París en Vietnam sea respetado, las armas silenciadas y una paz real establecida en Vietnam del Sur, estaré habilitado de considerar aceptar este premio".
Aquello sucedió, pero solo 2 años después. Para entonces, Lê Đức Thọ ya había pasado a la historia como el único ganador del Nobel de la Paz que le ha hecho el quite.
Alemania hace historia en el apartado de Nobeles rechazados, al contar con 3 científicos que le dijeron "paso" a la Academia Sueca. Aunque sería más indicado decir que se vieron obligados por cierto nefasto personaje de bigote chaplinesco.
Todo se remonta a 1935, año donde el Premio Nobel de la Paz recayó en Carl von Ossietzky, pacifista alemán que expuso el rearmamiento clandestino de la Alemania de Hitler, en directa violación del tratado de Versalles. El Führer no se lo tomó bien y prohibió a ciudadanos de su país aceptar Nobeles.
Tres fueron los afectados en los años siguientes: Gerhard Domagk, descubridor del primer antibiótico comercialmente disponible; Richard Kuhn, "por su trabajo sobre carotenoides y vitaminas"; y Adolf Butenandt, "por su trabajo sobre las hormonas sexuales".
Para suerte de ellos, la prohibición se levantó luego de la caída de Hitler, y todos pudieron aceptar con atraso sus medallas y diplomas (no así el dinero, buu). Menos suerte tuvo von Ossietzky, quien había fallecido en 1938 de tuberculosis, luego de varios años internado en un campo de concentración.
Si bien la Unión Soviética recibía gustoso las distinciones de la Academia Sueca a sus miembros más prominentes, el Partido tampoco se hacía el loco cuando recaía en un "indeseable".
Como miembro importante e influenciador de la escena literaria soviética, el poeta Boris Pasternak siempre se mantuvo muy cerca de colmar la paciencia, primero de Stalin y luego de Nikita Khrushchev. Fue su novela "anti-soviética" (esto en opinión del Oeste) Doctor Zhivago lo que convenció a la Academia de darle el Nobel en 1958.
Pasternak se enfrentaba a una dura decisión: aceptar el premio e ir a Suecia, circunstancia que la URSS aprovecharía para vetarle la entrada para siempre, o no mover el pie de suelo soviético y simplemente rechazar el honor. Optó por lo segundo, escribiendo a Khrushchev en tono conciliador:
"Estoy atado a Rusia por nacimiento, por vida y trabajo. No puedo concebir mi destino separado de Rusia o fuera de ella. Sean cuales sean mis errores o defectos, no puedo imaginarme que debería estar en el centro de tal campaña política que se ha trabajado en mi nombre en Oeste".
Su rechazo al Nobel no sirvió de mucho, porque siguió siendo repudiado por la prensa soviética y la propia Unión de Escritores a la que pertenecía, cuyos miembros votaron por su expulsión y pidieron quitarle su ciudadanía y exiliarlo a uno de sus "paraísos capitalistas".
Pasternak se mantuvo libre, algunos creen que la atención de haber ganado el Nobel evitó los planes de encarcelación del Partido, pero murió poco después en 1960, de cáncer a los pulmones.