Pareciera ser que cada vez que hablamos de Suiza, el cielo se despeja, cae un halo de luz y un coro de ángeles comienza a entonar melodiosamente un “ahhhhhhh”. Y es que en general tenemos una muy buena imagen (excepto, quizás, por los paraísos fiscales, cof cof) de ese país que se mantuvo neutral durante las dos Guerras Mundiales y no participó de ellas militarmente.
El asunto es que al igual que los Pokemones del 2008 (los de la “tribu urbana”), Suiza también tiene un pasado oscuro que desearía hacer desaparecer. Lo bueno de esto, es que lo ha logrado a través de políticas públicas exitosas y bastante originales. ¿Cuál era el rollo que tenía? Se preguntarán. Bueno, el país tuvo un serio problema con las drogas durante el comienzo de la década de los '80, especialmente con la heroína.
Si se pudiera graficar el problema que tenía Suiza con las drogas en un sólo lugar, el parque Platzspitz, de Zúrich, sería el mejor ejemplo. Este lugar, que durante la edad media fue un espacio de caza de animales, pasó a transformarse en una de las áreas verdes más cuidadas del país, de la mano de una fuerte influencia barroca en su diseño y decoración.
Pero ya en los '80, el querido parque ya no era lo que fue en su época dorada. Por el contrario, se transformó en un espacio de reunión para quienes eran adictos a drogas ilegales, especialmente la heroína. El lugar terminó transformándose en el ícono del problema del país con este asunto.
Asunto que, por cierto, incidió en un importante aumento de enfermedades de transmisión, como el VIH, debido a que muchas veces las mismas jeringas eran compartidas entre varias personas. Así también, durante esa década se registró un considerable aumento de encarcelamientos por manipulación de drogas ilícitas, además de un alza en los índices de violencia y crímenes debido a la influencia que adquirieron los dealers.
Todo esto se trató de controlar a través del endurecimiento de las sanciones y de la acción policial. ¿Los resultados? Los carteles de droga comenzaron a desplazarse de las zonas, pero seguían ejerciendo el mismo poder de siempre. Es decir, no se logró mucho.
Al ver que los esfuerzos no estaban dando muchos frutos, el gobierno suizo se sentó a la mesa a planear una solución diferente y pensó algo así como “si no puedes contra ellos, únete” y a través de un magistral ejemplo de pragmatismo, desarrolló una exitosa Política Nacional de Drogas en la década de los '90.
Lo que ésta buscó, fue combatir tres serios dilemas de la sociedad de ese entonces, cuando de drogas se trataba: reducir el consumo de éstas, reducir las consecuencias negativas para los consumidores y disminuir el impacto negativo en la sociedad en general.
Para esto, se diseñó un plan de acción que se basó en cuatro aseveraciones fundamentales:
Bajo la noción de que solamente castigando y sancionando, no se lograba mucho, se cambió el foco y los esfuerzos se destinaron a “trabajar con lo que había”. Así, se comenzó a implementar terapias en las que se administraban drogas como la heroína en centros de salud. La idea era evitar que se utilizaran jeringas contagiadas con alguna enfermedad, que los consumidores pudieran al mismo tiempo tener una asistencia social y de expertos, además de hacer que dejaran de destinar todo su dinero a las drogas y pudieran concentrarse en superar la situación en la que se encontraban (para poder reinsertarse laboralmente, por ejemplo).
Sobre esto hablamos con Carlos Vohringer, Director Ejecutivo de Fundación Paréntesis, organización chilena dedicada a acoger a personas en situación de pobreza y que presentan un consumo problemático de drogas y alcohol.
“El paradigma de los tratamientos tradicionales, es uno que ha generado mucho más daño que lo que ha buscado solucionar. Es un paradigma que ya ha estado mostrando hace rato su fracaso rotundo, por lo tanto, lo que necesitamos es una mirada distinta. En ese sentido, el modelo de reducción de daño aporta en el derecho y la salud de las personas”, nos cuenta.
También agrega que este asunto tiene que ver con la cantidad enorme de personas que no acceden a un proceso de tratamiento, porque estos “vienen preseteados para un objetivo y la complejidad de la vida humana es enorme y las necesidades de las personas son diversas”, explica Carlos y agrega que “con el sistema actual le achuntamos a un punto muy pequeño de todo ese universo”.
Eso sí, ojo, que no significa que esto sea una apología a las drogas, se apresura a decir Carlos. Obviamente éstas “son riesgosas y pueden causar daños, hay gente que se muere de eso. No nos da lo mismo (la libertad en el uso de las drogas), pero lo complejo es lo que pasa con quienes no pueden acceder a un programa adecuado a sus necesidades”, señala.
Para el 2010, en Suiza, el 70% de los consumidores de drogas como la cocaína, recibían tratamiento médico (uno de los índices más altos del mundo). Así también, el contagio de VIH por uso compartido de jeringas infectadas se redujo en más de un 50% en sólo una década. Para rematar: los arrestos por posesión de heroína pasaron de 18.000 casos en 1997 a 6.500 en el 2006. En vez de meterlos a la cárcel, se trabajó para que superaran su adicción.
El modelo fue tan exitoso, que incluso países mucho más conservadores históricamente, como China, adoptaron este sistema para combatir los problemas asociados al consumo de drogas. Así que esta original y, a primera vista, "riesgosa" política pública terminó siendo un sistema de exportación para todo el mundo, debido a los buenos resultados y el exitoso enfoque con el que fue ideado.
Y mientras en Chile, este modelo de trabajo aún está lejos de ser la norma, sí existen organizaciones (como Fundación Paréntesis) que se están esforzando en cambiar el paradigma que existe en torno a resolver los problemas asociados al consumo de drogas. Después de todo, como ya les hemos contado, pareciera que la abstinencia no es el mejor método para acabar con dichos problemas.