Un 21,7% del territorio de Chile se encuentra en riesgo de desertificación, mientras la sequía afecta al 72% del país. Ya sea por el proceso de cambio climático que está viviendo nuestro planeta u otras causas, la verdad es que debemos comenzar a pensar, con cierta urgencia, en medidas que ayuden a mitigar este problema.
Y se trata de un gran problema, pues la desertificación no sólo es sinónimo de falta de agua, sino también de malos suelos para el cultivo, de pobreza y de emigración excesiva a las ciudades, porque la vida en el campo deja de tener valor si la tierra se ha convertido en un desierto.
Otras vastas zonas del planeta también se han visto afectadas, entre ellas, África. Sucede que, año a año, las regiones que se encuentran al sur del Sahara deben ver cómo el inminente crecimiento del desierto se apodera de sus terrenos de cultivo y les quita las posibilidades de desarrollo. Sin embargo, un proyecto iniciado por 11 naciones africanas en 2012, está poniendo freno al Sahara a partir de una "muralla verde" que pretende cruzar el continente desde el Atlántico al mar Rojo. ¿De qué se trata y cómo está funcionando?
La muralla verde de vegetación que planea extenderse desde el Atlántico al mar Rojo no es ningún muro, ni es tan denso como se piensa. Sencillamente se trata de una capa de vegetación que pretende contener la difusión de las arenas del Sahara. La idea de “muro” sirve para visualizar esta contención.
En concreto, constituye una barrera de árboles de más de 7 mil kilómetros de largo y 15 de ancho, que atravesará el continente para luchar contra la desertificación, la consiguiente pobreza y el cambio climático, uno de los culpables del avance del Sahara. Aunque no el único, pues las malas prácticas agrícolas –particularmente la agricultura intensiva mal implementada- han sumado varios millones de granos de arena al problema. La iniciativa es un proyecto en curso, que ya lleva un 15% de implementación (en esta nota, de 2013, presentamos el tema en detalle).
Sin duda que se trata de un proyecto político ambicioso, pues involucra no solamente a 11 naciones (Burkina Faso, Yibuti, Eritrea, Etiopía, Malí, Mauritania, Níger, Nigeria, Senegal, Sudán y Chad), sino también a las comunidades locales que viven a todo lo largo de la franja del Sahel, justamente en la zona subsahariana, una de las más pobres del mundo.
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Muy lejos de lo que piensa la gente, el Sahel no es una suma de dunas de arena fina; se trata de una zona poblada, donde hay comunidades activas que realizan cultivos y comercio. El tema es que esta población crece rápidamente, mientras el sobre pastoreo daña la tierra y la lluvia escasea, pues sólo caen 200 a 400 milímetros al año. Entonces, las comunidades se empobrecen.
Se estima que si el proyecto no llegase a tener éxito durante los próximos cinco años, 60 millones de personas se verían obligadas a migrar a Europa o a las grandes ciudades de África en búsqueda de mejores oportunidades, algo que en un gran porcentaje de las ocasiones acarrea sólo más pobreza y malas condiciones de vida. Por otra parte, si el proceso de desertificación continúa sin freno, dos tercios de la tierra cultivable de África se perdería para 2025. Es por estas razones que el proyecto contempla la colaboración de todos quienes habitan la franja, los mismos que a la larga se verán beneficiados por el cinturón vegetal.
Y desde que la Gran Muralla Verde comenzó a ser implementada, en 2012, tanto la tierra como las comunidades de la zona se han visto enriquecidas en iguales cuotas. De acuerdo a Camilla Nordheim-Larsen, perteneciente a la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, “la gran muralla verde es algo más que la plantación de árboles, pues se trata de aumentar la resiliencia de las comunidades y el desarrollo de proyectos sostenibles que proporcionen a los jóvenes razones para quedarse”.
A la larga, la iniciativa creará ocupaciones y puestos de trabajo para que los miles de jóvenes que deciden emigrar o que acaban uniéndose a grupos extremistas, decidan quedarse a trabajar la tierra del lugar en donde nacieron. Con el proyecto, se espera que mejoren las propiedades del suelo, crezca más y más diversa vegetación y que, junto a ello, vuelvan los pájaros y otras especies de fauna.
Senegal, en el extremo oeste de la franja, ha sido uno de los países que más se ha visto favorecido con la iniciativa: a la fecha, se han plantado 11 millones de árboles. En Nigeria, el proyecto ya ha creado 20 mil puestos de trabajo rurales y, en Mali, Burkina Faso y Níger, ya se han plantado 2 millones de semillas y se han restaurado 2.500 hectáreas de tierra.
Y la Gran Muralla Verde no se trata solamente de plantar, sino de crear ocupaciones a partir de esto. Es así como en Burkina Faso, Malí y Níger se están sembrando plantas medicinales, comestibles y también forraje para alimentar al ganado, poniendo especial énfasis en la conservación del agua.
Por su parte, la FAO ha insistido en la utilización y recuperación de las especies locales, las que ya se encuentran adaptadas a las condiciones climáticas de la zona y que, por ende, resultan mucho más exitosas. Así también la organización ha puesto énfasis en desarrollar y educar en las técnicas tradicionales de plantación, cultivo y gestión del agua de cada comunidad.
Otra de las iniciativas exitosas que ya se han implementado, son las huertas mixtas lideradas por mujeres del Sahael. Se trata de parcelas de 5 o 10 hectáreas en las que se cultivan frutas y vegetales que durante la temporada seca son regadas por goteo. Lo interesante es que se trata de cultivos colectivos bajo el liderazgo de alguna mujer de la zona, quien se encarga de la gestión de la producción, de recaudar el dinero y de vender los productos en el mercado.
Como se puede apreciar, en los cuatro años que lleva el proyecto, los avances han sido bastante satisfactorios, tanto así que ya hay ideas de exportar el modelo a países como Haití o Fiji.
Pese a lo exitosa que ha sido la iniciativa en muchos lugares del cinturón subsahariano, no ha estado exenta de críticas, que proponen desafíos a resolver. Las principales apuntan a que se trata de un diseño implementado "desde arriba", es decir, desde las altas esferas sin tener pleno conocimiento sobre las condiciones de las comunidades locales que las implementan.
Tal como apunta Deborah Goffne, experta en biología vegetal, a infobae: “pregunta a cien personas y obtendrás 100 respuestas distintas sobre las reacciones al proyecto”. Si para una madre cuyo hijo recibe dinero por cultivos la Gran Muralla Verde resulta una bendición, para un ganadero que ha visto reducido su espacio de pastoreo, puede significar una gran molestia.
Sin embargo, las organizaciones y países implicados en el proyecto se reunieron en mayo pasado en Dakar y trataron este problema, con el espíritu de volver a las comunidades y dar valor a sus experiencias locales. La idea es que al regenerar las tierras de cultivo, también revivan sus habitantes y su comercio, dándoles un papel protagónico en la elección de las especies a plantar y en los particulares modos de hacerlo. Bajo el auspicio de los gobiernos de cada nación, se pretende que la iniciativa genere un verdadero mosaico local de iniciativas que, en conjunto, ayuden a contener la fuerza del desierto en una Gran Muralla Verde.
Volviendo a la situación en Chile, René Garreaud, climatólogo y subdirector del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), declaró a La Tercera que la sequía se vuelve un problema cuando se hace “estructural”, es decir, cuando se convierte en la desertificación de una zona, como ya ocurre en más del 20% de nuestro territorio. La cuarta y quinta región de nuestro país, son las que están viviendo este drama con más intensidad.
Hace poco tiempo, el gobierno informo sobre un Programa de Acción Nacional de Lucha contra la Desertificación, la Degradación de las Tierras y la Sequía (PANCD-Chile 2016-2030). Pese a que aún se desconocen las medidas concretas que el programa tomará, se sabe que la situación de emergencia afecta a 156 comunas de Chile y que el programa está en línea con un compromiso adoptado el año 2007 en la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD).
Teniendo en cuenta las habilidades agrícolas de muchas de las comunidades que habitan estas regiones, ¿no sería una buen proyecto de freno al desierto de Atacama el generar un cinturón verde en su límite sur? Quizás, un buen comienzo sería evaluar la implementación de una iniciativa parecida, considerando que el desierto de Atacama es el más seco del mundo y que, por supuesto, las condiciones que enfrenta Chile son muy distintas a las de la franja de Sahel.