Hola, ¿tiene un minuto para hablar sobre el perdón? Le prometo que no mencionaré a ningún tipo de deidades ni creencias religiosas, y que mis referencias se limitarán a la cultura pop y a estudios científicos.
Ya sea a través del mensaje inspiracional de una tía en Facebook, las intervenciones de Ned Flanders o la última película de Marvel, el mensaje sobre el perdón resuena constantemente en nuestras vidas. Y es en estos mensajes donde, también frecuentemente, se nos recuerda que el perdonar no es una debilidad, sino una muestra de fortaleza.
Cada uno tendrá su opinión al respecto y límites de lo que es o no perdonable. Yo, por ejemplo, jamás perdonaré al chistosito que me espoilió la última Star Wars (sé dónde vives y cuando no estás en tu casa muevo ligeramente tus muebles). Lo que sí es cierto, es que el acto de perdonar está, científicamente, ligado a varios beneficios, llegando incluso a aumentar nuestro desempeño físico.
El perdón es, sin duda, algo peculiar que estudiar, y es por eso que "expertos científicos del perdón" no abundan, precisamente. El psicólogo Everett L. Worthington es la excepción y su trágica historia familiar, que relata en su libro Moving Forward, sirve como ejemplo extremo de la diferencia que puede marcar el simple (y al mismo tiempo complejo) acto de perdonar.
En 1995, Frances McNeill, su madre de 78 años, fue brutalmente asesinada por un ladrón en la víspera de Año Nuevo. Everett y su hermano Mike procesaron el evento de maneras radicalmente distintas.
Everett, ya profesor de psicología y con amplio conocimiento sobre los efectos psicológicos del perdonar, adoptó su propio método conocido por las siglas "REACH", para perdonar al asaltante (a quien nunca atraparon). No fue fácil, dice, Everett, quien recuerda haber mirado un bate de beisbol y fantaseado con buscar justicia por sus propias manos, pero en los días siguientes aplicó los 5 pasos establecidos por él mismo (lo aplica en terapias de pareja, por lo que no sonará totalmente adecuado para un asesinato):
Mike, por otra parte, nunca pudo olvidar el evento. Sufrió de estrés post-traumático, con flashbacks constantes hacia aquella víspera de Año Nuevo. Everett dice haber tratado de ayudar, pero su hermano, cree, nunca quiso realmente dejar aquel evento atrás. 10 años después, en 2005, Mike se suicidó.
No podemos decir que se haya debido solamente a la muerte de su madre, y es muy probable que Mike arrastrara desde antes otras complicaciones, pero sin duda los procesos que llevaron a cabo cada hermano dan para pensar. La decisión de Everett de perdonar, por ejemplo, ¿cómo pudo afectar su bienestar físico y mental? El mismo psicólogo destaca algunos estudios que ayudan a entenderlo.
Worthington define "perdonar" como un proceso doble. Por un lado está el "perdón decisional", que significa dejar ir el odio y resentimiento hacia alguien que nos ha hecho daño, y luego el "perdón emocional" que involucra reemplazar estos sentimientos con otros positivos, como compasión, empatía y simpatía. Es este último el que brinda los mayores beneficios, dice.
¿Cómo cuáles? Es, al parecer, una excelente medicina contra el estrés. Un estudio realizado en 2004, monitoreó la salud de 81 personas mientras se les realizaba un cuestionario y posterior entrevista sobre un evento que los dañó y la persona responsable de ello. El perdón se "midió" usando un inventario de 33 puntos llamado forgiving personality inventory ("inventario de personalidad perdonadora") y 4 otras escalas.
El estudio halló una correlación clara entre aquellos que puntuaban mejor en el inventario y una menor ingesta de medicamentos y dolores físicos, mejor calidad de sueño y signos vitales (presión sanguínea y frecuencia cardiaca) y menor fatiga. Los autores explicaban que los efectos se debían a la disminución de sentimientos negativos (ira, resentimiento y venganza, por ejemplo) y estrés en los "perdonadores".
Otros estudios avalan estas conclusiones. Albergar resentimiento y odio, ha sido relacionado con niveles altos de cortisol, la famosa hormona del estrés, muy útil si nos persigue un oso, pero no mucho en el día a día, sobre todo si se mantiene elevada consistentemente. En niveles críticos, puede incluso dañar nuestro cerebro.
Más curioso es un estudio de 2015, que demuestra que el perdonar incluso afecta nuestra forma de ver desafíos y nuestro desempeño físico ¿Cómo lo hicieron? 46 participantes se dividieron en dos grupos: a uno se les pidió escribir sobre un evento pasado donde perdonaron a alguien y al otro se les pidió escribir sobre una experiencia donde no perdonaron. Luego vino lo llamativo: los llevaron a las faldas de un cerro y les pidieron estimar la pendiente y luego, como parte de la segunda parte del estudio, saltar ¿por qué? Because, science.
El grupo de los "perdonadores" estimó la pendiente en menos cinco grados menos que el segundo grupo, y no solo eso, sino que en los saltos controlados (se les pidió seguir una misma ejecución) los superaron, en promedio, por 7 centímetros.
Los científicos, dicen haber pronosticado que esto sucedería y que se explica porque sentimientos de no-perdón incrementan el esfuerzo físico percibido de una tarea (lo que se vio en la primera parte del estudio). Por lo tanto, sentimientos opuestos, es decir, de perdón, deberían incrementar el desempeño físico, y así fue.
Los investigadores concluyeron que "Un estado de no-perdón es como llevar una pesada carga, una que las víctimas traen consigo cuando navegan el mundo físico. Perdonar puede 'alivianar' esta carga. Nuestros descubrimientos sugieren que perdonar puede tener implicancias a largo plazo, en cómo quienes perdonan perciben e interactúan con el mundo físico".
Los estudios que lo incluyen, hasta la fecha, son más limitados, pero también concluyen en beneficios. Un estudio publicado el mes pasado, por ejemplo, correlaciona sentimientos y creencias de autoperdón (medidos en una escala llamada State Self Forgiveness Scale) con una menor manifestación de desórdenes alimenticios.
Timothy Pychyl, experto en procrastinación y a quien entrevistamos hace un tiempo, también encontró una relación interesante entre el autoperdón y su campo de estudio. Tomando a estudiantes de sus clases y aplicándoles cuestionarios sobre autoperdón y procrastinación en dos exámenes consecutivos, el psicólogo descubrió que quienes puntuaban más alto en su cuestionario de autoperdón en un primer examen, exhibían menos procrastinación en el segundo.
Pychyl concluía: "Los resultados de este estudio indican que el autoperdón por procrastinar en una determinada tarea, está relacionado a una menor procrastinación en una tarea similar en el futuro".
Worthington, por su parte, hipotetiza que, al tratarse de un proceso aun más complejo y largo que el perdón hacia terceras personas, el autoperdón tendría, potencialmente, los mismos beneficios mencionados, siendo incluso más acentuados.
A pesar de los beneficios que acabamos de ver, es difícil no ver la otra cara de la moneda ¿cuándo perdonar puede convertirse en algo nocivo? ¿cuando dejamos de ser positivos seres altruistas y nos convertimos en "alfombras" de los demás?
Depende del concepto de perdonar que manejemos. El "perdonar" al que se refieren psicólogos no excluye la justicia. Es decir, no se trata de dejar libre al asesino, ni que la infidelidad, robo, mentira, etc. no tenga consecuencias. "La justicia es social, el perdón es interno", dice Worthington.
Tampoco se trata necesariamente de perdonar a gente que ni siquiera está arrepentida. De hecho, un estudio de 2010 realizado con parejas, indica que al menos en este tipo de relaciones, los "perdonazos" unilaterales no solo no benefician a quien perdona, sino que impactan negativamente su autoestima y concepto de sí mismo.
¿Cuál es el límite, entonces? Al final, como toda decisión personal, está en manos de cada uno. Worthington llama "espacio de injusticia" aquello que nos separa del perdón. Mientras más grande el espacio (equivalente al sentimiento de "este gil la sacaría barata") más difícil es hacerlo. Independientemente de si decidimos perdonar transgresiones pequeñas o más grandes, lo cierto es que al hacerlo estaríamos ganando algo intangible, algo que el psicólogo llama (alerta cursi) el poder del perdón. Quizá no tan atractivo como volar o la telequinesis, pero está ahí.