El comportamiento social de los niños ha sido uno de los ejes más importantes de investigación para el neurocientífico Kang Lee. Tanto así, que ha dedicado gran parte de su vida a estudiar las mentiras de los niños. ¿Cuándo empiezan? ¿Cuántos lo hacen? ¿Cómo lo hacen?
En medio de todo esto, descubrió que existen tres mitos en torno a las mentiras de los niños: que sólo empiezan a mentir cuando entran al colegio, que son malos mintiendo y que si empiezan a mentir cuando son muy chicos, desarrollarán una personalidad patológicamente mentirosa de por vida. Pero la verdad es que ninguna de esas tres premisas es cierta, según lo que afirma el experto en una charla TED.
Y es que los niños son muy hábiles para mentir. Para comprobar esto, Kang y su equipo llevaron a cabo una especie de experimento social. En este, sentaron a varios niños frente a una mesa, en la que pusieron un par de cartas cuyo número tenía que ser adivinado por los pequeños. La trampa estaba en que en la mitad del juego, el adulto que le preguntaba la respuesta al niño se iba por un rato del lugar, no sin antes advertirle que no viera la carta.
¿El resultado? El 90% de los niños miró la carta apenas salió el adulto (todo quedó registrado en cámara). Pero no se termina ahí: al preguntarles si habían hecho trampa, sin importar su género, país o religión, el 50% de los niños de dos años mintió, así como el 70% de los niños de tres años y el 80% de los niños de cuatro años. ¡Así que ya desde los dos años comenzamos con las mentiras!
Eso sí, una cosa es mentir y otra es hacerlo bien. Para esto, Kang explica que se necesitan dos ingredientes. El primero es la capacidad de “leer la mente” (metafóricamente) para saber que la otra persona no sabe lo que tú sabes. El segundo se trata de la capacidad de autocontrol, sobre todo para poder poner una “poker face” de primera, sin que nadie se dé cuenta que ocultas una jugosa mentira por dentro.
Y aunque no lo crean, muchos niños cuentan con estos dos elementos (lo que en realidad es bueno, ya que significa que poseen mejores habilidades sociales, según el experto). Para demostrar esto, Kang y su equipo llevaron a cabo otro experimento: esta vez, les mostraban a distintos adultos una serie de videos de niños haciendo afirmaciones. La mitad de ellos decía la verdad, mientras que la otra mitad, no.
El propósito de esto era que los adultos identificaran qué niños decían la verdad y quiénes no. Y como se dividieron en mitad y mitad, la probabilidad de acertar si es que la respuesta era aleatoria, era de un 50%.
Además, a los adultos los agruparon en niveles de cercanía que podrían tener hacia los niños, siendo los estudiantes de derecho los que tienen la menor cercanía y los padres de los hijos que aparecían en los videos, quienes tienen la mayor cercanía.
Sorprendentemente, casi todos los grupos del estudio acertaron sólo el 50% de las veces (es decir, la misma probabilidad de éxito que habrían tenido si hubiesen respondido al azar). Esto, incluso cuando les mostraban a los papás los videos de sus propios hijos.
¿Cómo podemos, entonces, desenmascararlos cuando mienten? Kang explica que cuando los niños no dicen la verdad, sus expresiones faciales se mantienen neutrales. Sin embargo, detrás de ellas están experimentando un montón de emociones, como miedo, culpa o vergüenza.
Y bajo nuestra piel hay una enorme red de vasos sanguíneos, en donde va cambiando nuestro flujo de sangre a medida que vamos experimentando distintas emociones. Lamentablemente, estas variaciones no son perceptibles ante el débil ojo humano. Aunque durante los últimos cinco años, el experto y su equipo han estado trabajando para poder revelar esos sentimientos ocultos.
Hasta que finalmente dieron con un increíble invento. Se trata del transdermal optical imaging (o “escaneo óptico transdérmico” en español) y consiste en la extracción de imágenes de lo que ocurre bajo la piel respecto a los flujos de sangre, algo que puede hacerse incluso con una cámara convencional.
A través de esta tecnología, pueden reconocer fácilmente lo que está sintiendo la persona con sólo observar sus variaciones de flujos de sangre en sus rostros. De hecho, le llamaron “efecto Pinocho” a los cambios de este tipo que se presentan cuando alguien miente: el flujo de sangre que va hacia sus mejillas disminuye, mientras que el que va hacia la nariz aumenta.
Incluso pueden detectar esto a partir de imágenes que hayan sido capturadas en otras circunstancias (como en la televisión, por ejemplo) y pueden detectar con una efectividad del 85% las distintas emociones asociadas a la mentira. Y no sólo en niños, sino que en cualquier persona.
Así que esta nueva tecnología podría servir también para, por ejemplo, analizar los debates políticos televisados y ver si los participantes están diciendo la verdad o no. Kang además pone de ejemplo al sistema de salud: con esta metodología se podría llegar a recopilar información sobre el ritmo cardiaco, el nivel de estrés y el estado de ánimo de una persona con sólo una llamada de Skype.
Este modelo se basa en cuatro pasos: primero, una cámara graba la imagen de un rostro. Después, se recopila la información de la actividad de la hemoglobina del mismo a través de la emisión y re-emisión de rayos de luz. Posteriormente, esta información es graficada en un computador, la que finalmente es interpretada con una serie de algoritmos para poder determinar a qué tipo de emociones corresponde.
Eso sí, el transdermal optical imaging aún se encuentra en una fase temprana de desarrollo, pero Kang asegura que con esto, las mentiras nunca volverán a ser como antes.