Hace nueve años, Stephen Ritz, un profesor norteamericano, recibió una caja de semillas. Él hacía clases en un colegio en el sector del Bronx, área de Nueva York, que comúnmente podemos ver en películas de delincuencia y drogadicción.
No sabía qué hacer con ellas, así que simplemente las dejó tiradas tras un radiador. El calor hizo que éstas crecieran accidentalmente, floreciendo maravillosamente junto al sistema de calefacción.
Esas semillas no sólo dieron flores, sino también la idea perfecta que Ritz necesitaba para tener un mayor impacto en sus alumnos, niños y jóvenes provenientes de ambientes vulnerables y que lamentablemente estaban expuestos a tener un futuro no muy prometedor.
Ritz vio la agricultura como una metáfora para la educación: “Estamos plantando todo tipo de semillas-semillas académicas, semillas culturales y semillas de esperanza”, asegura Ritz en su página web. “Lo llamo cultivar las mentes y cosechar esperanza”.
Este proyecto, llamado The Green Bronx Machine, invita a los niños y jóvenes, muchos de cuales no tienen acceso a un hogar, comida sana o salud, a cultivar plantas y vegetales dentro de su comunidad, al mismo tiempo que aprenden ciencia, matemáticas, tecnología y habilidades del siglo 21.
Ritz comenzó con un jardín, en una tierra que nadie utilizaba. Reunió a sus estudiantes y comenzaron a cultivar tomates. Pero cada vez que crecían, eran robados.
Buscando una solución, se contactó con George Irwin, de Green Living Technologies, una compañía de Nueva York que diseña muros verdes (jardines verticales) y que contenía la tecnología de luces LED para cultivar comida en interiores. Con su ayuda, lograron alimentar a 450 niños de colegio en tiempos de cosecha.
Y no se detuvieron ahí. Con sus niños, provenientes de hogares de adopción, de la calle, y del sistema penitenciario de Nueva York, comenzaron a realizar diferentes proyectos.
Los techos y muros verdes son tendencia en este momento. Más allá de la moda, tienen muchísimos beneficios (además de estéticos) para el medioambiente y la salud.
Ritz sabía esto perfectamente, por lo que desde que se iluminó con la idea de los cultivos, comenzó a enseñarles a sus alumnos a realizar estos muros vivientes. “Grafitis verdes”, los llamó, haciendo alusión a la gran cantidad de grafitis que pueden verse por los barrios en los que generalmente elige para enseñar.
No sólo logró enseñarles esta técnica para crear ambientes más agradables en sus propias comunidades, sino que, con la ayuda de Irwing, logró certificar a muchos de ellos para que pudieran construir estos solicitados muros para exclusivos clientes de Nueva York y también los Hamptons (un exclusivo balneario), ganando así un sueldo digno y logrando transformar pequeños espacios del distrito congresional más pobre de Norteamérica.