¿Cuántas veces te dijeron que no debías decir garabatos? ¿o te lavaron la boca con jabón o al menos amenazaron con hacerlo? ¿A quién le parece imposible erradicar los garabatos de su vocabulario, en especial en situaciones extremas de dolor o de rabia máxima? Que tire la primera piedra a quién nunca se le ha escapado alguna grosería.
Todos (o al menos la mayoría) hemos sido educados con la costumbre de controlar nuestras groserías frente a nuestros mayores, superiores o desconocidos, ya que ser malhablados puede hacernos quedar muy mal y, de paso, ganarnos el sello de irrespetuosos, confianzudos o mal educados.
¿Y si te contamos que esto no es del todo cierto y que los garabatos de una persona pueden ser incluso favorables? Así es, investigaciones recientes han desmentido el peso negativo que se le da a los garabatos, demostrando que tener este tipo de vocabulario no significa específicamente una falta de educación, problemas de fluidez del lenguaje ni un vocabulario deficiente.
Richard Stephens, psicólogo inglés y autor del libro “Oveja Negra: Los beneficios de ser malo”, basado en una investigación de la Universidad de Lancaster publicada en 2004, demostró que, mientras más incrementa la clase social, el decir garabatos tiende a aumentarse y que las clases medias altas las dicen en forma mucho más frecuente que las clases medias bajas, ya que en ese estatus económico, a la gente le deja de importar los efectos que puede traer decir garabatos en una sociedad.
Ahora bien, ¿Por qué decir groserías puede resultar tan satisfactorio?
Por otro lado, el estudio mostró que los niños comienzan a decir garabatos desde muy pequeños, incluso un poco antes de los 6 años, dependiendo de lo que escuchan a su alrededor.
El resto de la gente, por lo general, tiende a decirlas entre el 0,5 y el 0,7% de las veces, que equivale a decenas por día, lo que hace que sus mensajes sean más persuasivos.
Decir ese tipo de palabras, involucra una parte completamente distinta del cerebro que el resto del vocabulario. Es decir, la mayoría del lenguaje, se ubica en la corteza y en áreas más específicas del hemisferio izquierdo del cerebro, y los garabatos, en cambio, pueden estar asociados a partes más viejas y rudimentarias.
Pero el mayor beneficio de decir garabatos, es que hay una mayor probabilidad de ser más efectivo al momento de comunicarse. ¿Cómo así? Esto pasa porque al decirlos, además de comunicar el significado de una frase, comunicamos la respuesta emocional, es decir, dejamos más claro si estamos molestos, disgustados, etc. Distintos estudios han demostrados que decirlas puede incrementar la efectividad de un mensaje y hacerlo más persuasivo.
¿Por qué incluso la gente "decente" no puede evitar soltar un colorido garabato cuando se da un porrazo?
Generalmente cuando nos sucede algo doloroso, inconscientemente soltamos un improperio y, al parecer, es porque hacerlo nos ayuda a disminuir el dolor, porque el malestar físico lo transformamos en racional y lo liberamos a través de una palabra fuerte o de un grito.
“Además de haber un cambio en la tolerancia al dolor, también se registra un incremento en el ritmo cardiaco de las personas. Cuando dices groserías se eleva el ritmo, lo que sugiere una respuesta emocional a las palabrotas en sí”, explica Stevens.
Demos el ejemplo de una persona muy garabatera. Probablemente dice garabatos a diario con sus cercanos, pero jamás va a comportarse así con algún desconocido o alguien que no sea lo suficientemente de confianza.
Entonces, si situamos a esa persona en un contexto laboral en el que tiene un gran grupo de compañeros, seguramente trate con garabatos a su grupo más cercano y en cambio, a aquellos colegas que pertenecen a grupos distintos dentro de la organización, los trate de una manera diferente, por el simple hecho de no haber tanta confianza.
Por lo tanto, los investigadores de la Universidad de Victoria en Wellington concluyeron que en ese contexto laboral, ese tipo de palabrotas, se asociaba a un punto de expresiones de solidaridad y hasta de cortesía, ya que ayuda a unir a los miembros del equipo, suavizar tensiones y lo más importante: igualar a sus integrantes. Es como estar diciendo “te conozco tanto, que puedo ser así de maleducado contigo”, indicaron.
Por supuesto, hay una diferencia importante entre soltar garabatos e insultar a una persona. Lo primero es sencillamente reemplazar ciertas palabras por otras más informales, o ser un poco menos cuidadosos en el trato, mientras que lo segundo busca intencionalmente herir a un tercero, y eso último sí que no es bueno para la convivencia.
Y bueno, ahora que sabes que una grosería no siempre tiene que ser mal vista, ¿cuántos garabatos dirás al día?