Carl Snyder, Dyjuan Tatro y Carlos Polanco obtuvieron un permiso especial para abandonar temporalmente la Eastern Correctional Facility, prisión de máxima seguridad de Nueva York, y participar en un debate contra el equipo de pregrado de la Universidad de Harvard, institución que desde 1636 acoge y educa a las mentes más brillantes del país y a George W. Bush.
El equipo de presos condenados, entre otros crímenes, por homicidio involuntario, venían ya con improbables victorias sobre la Academia Militar de EE.UU. y la Universidad de Vermont, pero Harvard, los campeones actuales, eran palabras mayores. Además, contaban con la limitación de no contar con internet durante su preparación (usarla requiere de una petición que tarda semanas) y para colmo les tocaría defender una posición en la que no creían: Por qué las escuelas públicas del país deberían ser capaces de negar la matrícula a estudiantes indocumentados.
Aún así, su argumento, que sugería que el rechazo de alumnos permitiría que ONGs y escuelas de mayores recursos se involucraran y dieran mejores oportunidades a estos estudiantes, sorprendió tanto a los jueces como al equipo de Harvard. "Nos tomaron por sorpresa", comentó una de las estudiantes de la universidad. El equipo universitario no se pudo reponer del inicio arrollador de los presos, y tras una hora de intenso debate, los jueces dieron como ganadores al equipo de Eastern Correctional Facility.
Esto no es el argumento de una película, sino una prueba real de que los presos son más que un uniforme manchado por acciones del pasado. De hecho, hurgando en los entretelones de esta historia, podremos entender que no es una excepción y que este tipo de noticias cada vez deberían sorprendernos menos.
El trío de Eastern Correctional Facility celebra su victoria. Fuente: WSJ
Snyder, Tatro y Polanco son parte de los miles de presos de cárceles estadounidenses que se han beneficiado por Bard Prison Initiative, un programa del Bard College de Nueva York, que desde 2001 acoge sin costos a presidiarios para que completen estudios universitarios.
Cada año, tras un proceso de admisión, se enrolan 300 hombres y mujeres presidiarios de seis cárceles del estado de Nueva York. Si bien las clases se hacen tras las rejas, el nivel de exigencia y la carga académica es tan alto como en la universidad real.
Contrario al estereotipo del preso que no tiene remedio, el programa ha demostrado que aquel con la suficiente motivación puede llegar tan lejos como se lo proponga. De sus participantes, apenas un 2% vuelve a la cárcel dentro de tres años de libertad, comparado con un 40% en la población presidiaria que no forma parte del programa.
"Hay tanto talento en los Estados Unidos que no tiene acceso, no tiene oportunidades, que es completamente ignorado por líderes en educación superior", dice Max Kenner, quien fundó el programa cuando era estudiante del Bard College, "Nosotros sabemos que hay talento extraordinario que puede ser encontrado en los lugares menos convencionales".
Bard Prison Initiative, por cierto, no es el único programa de este tipo en Norteamérica. Existen programas similares en los estados de Connecticut, Iowa, Maryland e Indiana, como también organizaciones en nuestro propio suelo, como Sistema B, que trabaja con jóvenes del SENAME con compromiso delictual y con grandes resultados.
La pregunta queda, eso sí ¿cómo presos, por muy motivados que sean, vencieron a la crème de la crème académica?
En un muy interesante artículo titulado "No es una sorpresa que presos vencieran a Harvard", Carl Cattermole, ex-presidiario británico, explica en base a su propia experiencia, por qué no es sorpresivo el resultado del debate cuando se entienden las dinámicas de las clases tras las rejas.
"Cuando estuve en una de las cárceles más notorias de Gran Bretaña, vi varios tonos del genio académico", dice Cattermole, quien usa como ejemplos extremos a un presidiario que tenía cuatro títulos profesionales y se dedicaba a corregir un último paper para lograr su maestría en astrofísica, hasta los "MacGyvers" que se las arreglaban con baldes, cubos de hielo y bolsas de basura para destilar alcohol.
"En un cuarto lleno de chicos malos no te destacas por ser malo, así que todos tratan de probarse a sí mismos con logros académicos. A través de este compromiso se puede sentir el empoderamiento de los presos y la confianza aumentando cada minuto", continua.
El aislamiento y aburrimiento puede incluso usarse de forma beneficiosa en este caso, dice Cattermole, quien explica cómo ir a la cárcel volvió a encender su interés en la literatura que había abandonado hacía años. "Cuando estás bajo llave, el único lugar donde puedes escapar es tu cabeza", explica.
Además en la cárcel, para sobrevivir, agrega Cattermole, hay que desarrollar una inusual tendencia a la empatía, un equilibrio entre el respeto a uno mismo y el respeto a los además, que resulta clave en una actividad como un debate.
Visto bajo esta luz ¿tenían alguna oportunidad un grupo de estudiantes de pre-grado frente a presos cuya una única distracción era estudiar para el debate (incluso sin Internet), además de habilidades blandas desarrolladas bajo el instinto de sobrevivencia?
El éxito de este grupo de presos debe celebrarse, pero no de forma anecdótica, sino por el trabajo realizado tras bambalinas (o rejas en este caso) por programas como Bard Prison Initiative, que entienden que este tipo de logros pueden hacerse una costumbre si se les da la oportunidad.