Por estas fechas, en el centro de Japón, millones de personas están celebrando con furor el punto álgido de la primavera, los cerezos en flor. No solo es uno de los eventos más grandes del año en este país (equivalente a nuestras fiestas patrias en envergadura relativa), sino que es una cruza entre cultura y marketing tan exitosa que se ha convertido casi en un modelo de negocios.
El lugar está lleno de gente haciendo hanami (literalmente "ver flores"). Gran parte de ellos ha llevado manteles de plástico azules, donde están sentados con un pequeño armamento de vasos, botellas y tentempiés. Otro grupo por allá está conversando en voz alta en frente de la parrilla, y otro más está cantando con una deteriorada máquina de karaoke portátil.
Arriba de ellos hay un techo de flores blancas y rosadas, a veces tan tupidas que si está nublado se confunden con el cielo. O al menos así se ve en las decenas de fotos que tanto contactos extranjeros como japoneses están subiendo a Facebook estos días. (Con algo de pudor tengo que admitir que por muy lindas que sean se hace un poco monótono después de la décima foto idéntica que suben.)
Si bien no es un feriado nacional, durante las aproximadamente dos semanas que dura el florecimiento de los cerezos y ciruelos una gran cantidad de personas va a los parques a hacer picnic y a compartir con amigos, familia y compañeros de trabajo.
En los lugares más populares hay tanta gente que es difícil caminar: mi primera experiencia mirando las bonitas ramas cargadas de flores terminó con mi cara en el suelo luego de tropezar con un risueño japonés tendido en el suelo durmiendo abrazado a una botella de sake (hubiera sido una chicha y habría jurado que estaba en una fonda).
Y bueno, ¿qué es lo que se celebra durante el hanami? La vida, y lo efímero de la existencia. Esta es la simbología que los delicados pétalos han acarreado por aproximadamente mil trescientos años, y se ve reflejada en canciones, poemas, historias, cuentos, leyendas, pinturas, películas y cualquier tipo de creación o expresión artística a lo largo de la historia de Japón desde ese entonces.
Sin embargo, desde un punto de vista económico, estas flores se han convertido en una mina de oro para quienes han sabido aprovechar el concepto durante las últimas décadas.
Cada año, hay una "ola" de florecimiento de sakura (cerezos) a lo largo del país. Comienzan a aparecer en la parte más austral de Okinawa en enero y los últimos capullos se abren en Hokkaido en mayo. Por lo mismo hay paquetes de turismo en Japón que incluyen más de una ciudad, siguiendo esta ola de pétalos blancos y rosados.
La Organización Nacional de Turismo de Japón estima que son alrededor de 2 millones de extranjeros que llegan a presenciar el fenómeno, mientras que el número de turistas locales es bastante más superior. Lo cual puede ser un gran dolor de cabeza si es que tienes la buena (o mala) suerte de estar viajando por estas fechas: los precios de hoteles se pueden hasta triplicar durante marzo y abril en la zona central, y aun así están completamente copados.
Para ser la celebración simbólica de un proceso natural de un árbol que ni siquiera es endémico de Japón, es bastante exitoso, ¿no?
No pude encontrar cifras de dinero exactas, pero extrapolando de los datos dados por la Organización Mundial de Turismo (UNWTO, en inglés), dos millones de turistas extranjeros equivaldrían a alrededor de 3 mil millones de dólares en ingreso solo durante esas fechas, y esto sin contar el consumo de los habitantes locales.Para dar un parámetro, según la UNWTO, Chile percibió 1,831 millones de dólares por turismo en todo el año 2011.
Obviamente las poblaciones de Chile (16 millones) y Japón (127 millones) son muy distintas, pero aquí lo que interesa es el modelo subyacente. Entre otros países, Corea del sur, Filipinas, Taiwán y China han adoptado el "modelo" del hanami: tienen avenidas y parques llenos de cerezos y ciruelos, atrayendo hordas de turistas anualmente.
El querer ver uno de esos lugares el año pasado en China (el pueblo de Wuxi, cerca de Shanghai) me valió un taco de seis horas para que el bus de turismo se moviera seis kilómetros hasta uno de los cuantos parques llenos de árboles florales. (Esto es también una advertencia por si quieres visitar China en esas fechas.)
El estado de Washington D.C. en Estados Unidos tiene 3,750 árboles de sakura, en su mayoría donados por el gobierno japonés. Al año tiene ingresos por 126 millones de dólares solo por los turistas que van a admirarlos.
Tenemos cerezos. Y ciruelos. Y almendros. Y jacarandás. Y copihues. Tenemos el desierto florido, la fiesta de la vendimia y una flora y fauna vasta y variada. No quiere decir que nos pongamos a apiñar árboles de flores para que se nos atochen las calles de turistas (o sobre-atochen en el caso de Santiago), pero por un lado es un interesante ejemplo de cómo con buen marketing un evento estacionario puede convertirse en una buena (o mejor) fuente de ingresos; por el otro, es un lindo recordatorio para detenernos de vez en cuando a contemplar la belleza que tenemos en nuestro país.