Hay gente que tiene el superpoder de levantarse a las 5 de la mañana, y tiene tiempo para ir al gimnasio y hasta escribir una novela antes siquiera de empezar el viaje al trabajo. Y hay gente que tiene otro poder, y es el de quedarse hasta las 5 de la mañana quemándose las pestañas sin necesitar ni un sorbo de café. Y bueno, también hay mucha gente entremedio, pero sin problemas, todos podemos identificar dos claros extremos.
Lo que se esconde detrás de este misterio, señoras y señores, no son hábitos ni costumbres —que pueden tener algo de influencia, pero limitada- sino algo mucho más profundo, tanto, que está literalmente incrustado en nuestros cerebros: los ritmos circadianos.
A continuación, veremos cómo se definen estos ritmos y cómo impactan nuestra vida, sobre todo en el tema laboral.
En la naturaleza existen varios ritmos. Están, por ejemplo, los ritmos lunares, que vienen marcados por las etapas de la Luna, o los mareales, determinados por las mareas. A menos que sean hombres lobos o peces, los más relevantes para nosotros son los ritmos circadianos (del latín circa y dies, “alrededor de” y “día”, respectivamente).
Como lo indica su nombre, los ritmos circadianos se definen por su ciclicidad de alrededor de 24 horas, la que es persistente en condiciones constantes. Es decir, a menos que planees una maratón de Netflix, te tenderás a dormir y despertarás en horarios consistentes, incluso en una cueva donde no entra la luz. Los ritmos circadianos necesitan, sin embargo, ser sincronizados por ciertas señales externas e internas, siendo las principales las de los ciclos de día y noche. De ahí que levantarse a una misma hora en invierno se siente muy diferente en verano y viceversa.
Todo nuestro cuerpo funciona en base a este ritmo, desde la secreción de hormonas hasta la digestión y la temperatura. Es como si en cada parte de nuestros cuerpos hubiera pequeños relojes que gatillan distintos efectos dependiendo de la hora de nuestro gran reloj interno que llevamos en la cabeza.
Por los años 70s, científicos ubicaron el llamado núcleo supraquiasmático en el hipotálamo anterior. Este se compone de dos estructuras cerebrales de miles de neuronas, una en cada hemisferio, las que funcionan como el gran reloj que guía todos los procesos en nuestros cuerpos en ciclos de 24 horas. De dañarse, nuestra regulación diaria de muchos procesos biológicos se iría a las pailas.
Nuestro ritmo circadiano es, como se imaginarán, flexible. De ahí que podemos tener la costumbre de levantarnos a diferentes horas en temporadas distintas, o de viajar a zonas horarias opuestas y adaptarnos en pocos días, una vez superado el jet lag, que es precisamente una disrupción de tu ritmo circadiano establecido.
Pero que sea flexible no significa que los relojes maestros de todos los individuos de la misma zona horaria puedan adaptarse para funcionar de la misma forma. Es decir, si hiciéramos dormir y despertar a todos los chilenos a las mismas horas, aunque teoréticamente todos hubiéramos descansado la misma cantidad de tiempo, algunos se verían fresquísimos y activos en el día y otros estarían apenas más vivos que un zombie. ¿Por qué?
Cada persona tiene su reloj maestro programado de distinta manera con una alineación particular llamada cronotipo. Las alondras y los "búhos nocturnos” son dos cronotipos extremos de este continúo: unos brillan en las mañanas, otros en la noche.
Nuestro cronotipo, tal como nosotros, cambia a medida que nos desarrollamos. Así es posible que nuestro ritmo circadiano varíe entre la infancia, la adolescencia, la adultez y la vejez. Pero el más estable y definitorio, por la extensión del periodo, es el de la adultez.
¿Por qué cada cuerpo tiene su “propia” zona horaria? Científicos creen que fue algo que desarrollamos para sobrevivir. Cuando vivíamos en las cuevas y cada semana venía el tigre dientes de sable del vecindario por su menú de crudos, urgía montar guardia a toda hora. Así, contar con individuos con cronotipos distintos era necesario para asegurar la supervivencia del grupo.
En años recientes, varios estudios han confirmado los orígenes genéticos de nuestra disposición a ciertos horarios. En enero, de hecho, hubo uno que analizó el genoma de cerca de 700 mil individuos encontró más de 350 variaciones genéticas asociadas a los alondras. Entre el 5% de los individuos que más cargaba con estos alelos y el 5% que menos, se encontró una diferencia en la hora de dormir de 25 minutos. Otras investigaciones señalan que la diferencia “horaria” marcada por ciertos genes podría ser superior ¡a una hora!
La jornada laboral que nació con la revolución industrial y que hoy se traduce en horarios “de 8 a 5” (o alrededor de), ha sido brutal con aquellos con cronotipos más nocturnos.
Un estudio tras otro confirma que los “búhos nocturnos” se despluman en este horario: sufren de mayor somnolencia en el día, tienen mayor tendencia al consumo de alcohol y abuso de sustancias, presentan problemas para dormir, son más proclives a la depresión e incluso tienen mayor riesgo de mortalidad. Las alondras, por otro lado, tienen hábitos más saludables, menos disrupciones en su sueño y mejor desempeño en el mundo del deporte.
Estos efectos negativos producto de la adaptación forzosa a un horario que no les acomoda biológicamente, se conoce como jet lag social. Es tan notable el efecto que, en una reciente investigación, se pudo visualizar en resonancias magnéticas cerebrales: los “búhos nocturnos” exhibían en reposo una menos conectividad cerebral que sus pares alondras, lo que se traduce en menor desempeño atencional y mayor somnolencia a lo largo del día.
La conclusión es clara: un buen porcentaje de las personas sufre, quizá sin saberlo, por su predisposición genética a un cronotipo que no encaja en la jornada laboral tradicional. Esto es especialmente preocupante debido a un aparente incremento de cronotipos diurnos en las últimas décadas.
Si bien es cierto que nuestro cronotipos son flexibles y se pueden adaptar hasta cierto punto, forzarlo no tiene beneficios para nadie: un cronotipo desajustado impacta la salud de la persona y también su desempeño, por lo que las empresas también se ven afectadas negativamente. La fatiga laboral, sin ir más lejos, ha sido la culpable de más de un accidente.
¿Y es tan necesario contar con un solo horario para todos los trabajadores? Quizá en las fábricas de hace 100 años, donde cada trabajador debía tomar su puesto en la cadena de producción a la vez, habría sido mandatorio, pero hoy cada día más empresas se están dando cuenta de los beneficios de ofrecer horarios sensibles a los cronotipos de sus empleados.
Empresas que lo han hecho, como reporta The New York Times, han tenido un impacto positivo en la calidad del sueño de sus empleados. Tampoco se trata necesariamente de distorsionar completamente el horario, algo poco práctico para muchas empresas, sino, por ejemplo, como relata una consultora especializada, de simplemente permitir una hora adicional para darle más margen a una mayor variedad de cronotipos. “Estamos hablando de una hora, no de una revolución”, dice con razón la consultora danesa, Camilla Kring.
Pero lo más importante es primero identificar nuestro propio cronotipo. Aunque aquí hemos hablado de alondras y “búhos nocturnos”, la mayoría de la gente no caerá precisamente en estos dos grupos extremos, sino a medio camino entre ellos. Experimentar con distintos horarios y notar a qué hora es nuestro peak de concentración son algunas formas para empezar a identificar nuestro propio cronotipo.