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Su corazón casi sale desbocado de su pecho, sintiendo el pulso hirviendo, fuera de sí. Continuó corriendo hasta que se perdió en el bosque y ahí se ocultó por unos minutos, pasando sus manos viscosas por todo su rostro sudoroso.
“¿Qué he hecho?”, se seguía preguntando con desesperación, mientras las gotas de sangre se escurrían entre sus dedos; manchando su cuerpo, agrietando sus pupilas y liberando una carcajada silenciosa entre las sombras.
“Merecido lo tenía”, susurró al viento, percatándose que metros a la derecha yacía una de las tumbas que llevaba su nombre.