La mujer madura salió de su casa como un ladrón, esperando no ser descubierta y con las manos vacías. La chica de pelo rojo recorría las calles de la ciudad con una mochila a la espalda dispuesta a aprender las cosas por sí misma. Los pasos de ambas coincidieron en la estación de tren. La noche y un café las unió en una charla a deshora, sincera; las hizo amigas. De forma que, cuando llegaron a la taquilla, el futuro que empezaba abrirse ante ellas había dejado de ser ese lugar frío al que tenían que enfrentarse solas.