“Érase una vez...”, así empezó su relato en el que narraba las gestas de prohombres, nobles caballeros y atrevidas damas en favor del bienestar del no siempre agradecido pueblo; sin faltar las menciones, laudatorias hasta el pudor, a reyes, príncipes, infantas y consortes. Acabó, ¡cómo no!, con una extensa alegoría al «vivimos felices y comemos perdices».
Los aplausos de sus incondicionales me sacaron del sopor. La intervención del presidente, en el debate del Estado de la Nación, había concluido.