Enterrada entre la basura encontré una vieja lámpara y recordé el cuento que me contó la vecina. De modo que la froté y pedí un deseo, el primero, que mi mamá deje de enfadarse, que no me pegue más, que sea dulce como lo es la profesora conmigo los días que puedo ir a la escuela.
Al día siguiente, al ir al colegio, volví la cabeza hacia nuestra casa. Mi mamá estaba en la ventana, como nunca había hecho, despidiéndome, sonriéndome, todita de azúcar.