El gigante levantó su garrote mientras el dragón lanzaba fuego por la boca. El caballero los observó y la mano que sostenía la espada tembló. La presencia del chico era completamente invisible ante los monstruos que cruzaban golpes.
La desolación inundó su corazón y justo cuando estaba al borde de las lágrimas, una cálida mano sostuvo la suya y lo condujo a la seguridad del castillo. Su hermana, la princesa, lo había construido para protegerlos. Pequeño y acogedor, exclusivo para ellos dos. Las paredes de almohadas se alzaban a su alrededor. Allí las discusiones de sus padres no los alcanzarían.