Muerta la señora, la casa se rehusó a ser nuevamente habitada. Es por esto que el hijo mayor (quien la ocupaba mientras tramitaba la venta de la misma), debió poner a prueba su tenacidad frente al sentimiento de rechazo que se hacía patente en las tazas, lámparas, sillas, cosas varias que retrocedían con recelo ante su presencia.
No, no era bienvenido. Y la casa, gentil hasta entonces, se lo volvió a explicar la madrugada en que se apagó la luz al tiempo que se abrió la puerta principal con sereno proceder, para brindarle al intruso la última oportunidad de irse.
Feliz
Sorprendido
Meh...
Mal
Molesto