El cabo Hopkins repartía las cartas con la izquierda, con rapidez y precisión, mientras que con la derecha hacía blanco seis veces en una diana a cincuenta metros. Simultáneamente, mantenía en equilibrio, sobre su nariz, una vara de bambú sobre la que rodaba un plato a la vez que, con un pie, daba incontables toques a un balón de cuero sin que le cayera al suelo y en la otra pierna giraba un aro sin parar. No fue suficiente para ascender a Sargento. El Tribunal apreció cierta rigidez en su mirada.