Mon Laferte sube al escenario. Vestida de impecable negro, camina sonriente y nerviosa hacia el centro, donde la espera su micrófono.
A su lado está Plácido Domingo. Detrás tiene a la Orquesta Filarmónica de Bogotá, y al frente tiene a 43 mil personas repletando el Estadio Nacional.
Tiene motivos para estar nerviosa, pero tras entonar las primeras notas de una potente versión sinfónica de Tormento, su presencia escénica, potente y sentida, no tarda en comerse los nervios y conquistar al público.
Al final de su presentación, la ovación del respetable es ensordecedora.
“El 2017 fue el año de Mon Laferte”, decían los medios de prensa al resumir el acontecer musical del año recién pasado.
Y había razones para creerlo: durante 2017, Mon Laferte lanzó su exitoso disco La Trenza (2017), obtuvo certificaciones de oro y platino, triunfó en el Festival de Viña, arrasó en Vive Latino, giró por Chile y el mundo, y se convirtió en la primera mujer chilena en ganar un Grammy Latino.
En pocas palabras: terminó de consolidarse como la artista chilena más importante de los últimos años. Pero sería injusto reducir a un año lo que, en realidad, es el resultado de un trabajo constante que se ha extendido por mucho tiempo.
La discografía de Mon Laferte documenta a la perfección su evolución como cantautora. Desde su autoexilio en México, al que partió en busca de una satisfacción artística que el pop televisivo no le estaba ofreciendo, la experimentación fue la tónica de su labor musical.
Su discografía fue evolucionando: el pop rock con sintetizadores que predominaba en sus dos primeros discos independientes, Desechable (2011) y Tornasol (2013) evolucionó hacia una fórmula más clásica, en la que comenzó a incorporar boleros, rancheras, valses, reggae, ska y blues, todo presentado en un atractivo envoltorio visual cargado del imaginario popular de Chile y México.
Con esta propuesta lanzó su disco Vol. 1 (2015). El bien llamado “disco del milagro”, por ser el disco que la catapultó a la fama internacional, gracias a canciones como Tormento, Tu falta de querer y Amor completo.
La mirada latinoamericana que Mon Laferte estaba dando a su música llevó a que su productor Patricio García contactara al músico chileno Alekos Vuskovic para grabar guitarras en el bolero El cristal, track perteneciente a Vol. 1. Alekos es un cotizado intérprete, conocido no solo por su trabajo como tecladista de Kuervos del Sur, sino además por su labor de productor, compositor y músico de sesión.
“Yo creo que ella tiene muy claro lo que quiere en su propuesta”, nos cuenta Alekos. “Hay muchos músicos súper buenos, pero crear conceptos ahora es mucho más difícil: crear conceptos nuevos, atractivos, un concepto que al mismo tiempo sea integrador y fusione distintos tipos de música, etc. Y ella lo hizo: esto de fusionar bolero, canción popular antigua latinoamericana, y hacerla nueva. Tomar un paso de producción de nuevos elementos, pero manteniendo esa raíz, creo que es lo más valorable de ella. Y también que lo llevó a una cosa estética: ella se viste de una manera, sus músicos también… Y creo que eso la llevó a tener un producto que es atractivo para mucha gente, con el que mucha gente se siente muy relacionada, que la gente puede entender”.
Pero lo de Mon Laferte no es solo buena música: detrás de su incuestionable calidad musical y su original propuesta estilística, uno de sus aportes menos reconocidos para la música chilena ha sido el de resignificar, desde su propia historia de vida, el rol de la mujer en la música pop.
El medio musical, a pesar de los cambios culturales de los últimos años, sigue siendo altamente machista, sobre todo en Latinoamérica. Las mujeres que deciden dedicarse a la música deben enfrentarse a la cosificación, al acoso sexual y a la infantilización de su trabajo. Se castiga a las artistas con propuestas atrevidas y se fomenta el rol tradicional asociado con la cara bonita, la dulzura y la sumisión. Todavía es poco aceptada la idea de que una artista mujer sea capaz de escribir sus propias canciones y conducir su carrera sin ser, como dijo Francisca Valenzuela, producto de un manager o un sello.
En este sentido, la irrupción de una figura como Mon Laferte, que abandona su status de rostro televisivo para abocarse a la creación en uno de los medios musicales más competitivos del mundo, superando enfermedades y dificultades para convertirse en un referente musical y social, es un precedente significativo, sin duda.
Del mismo modo que un buen delantero no puede hacer goles si no tiene un buen equipo del mediocampo hacia atrás, un cantante no puede hacer bien su trabajo, por talentoso que sea, si no tiene una buena banda sobre la que apoyarse.
En ese sentido, Mon Laferte tiene el privilegio de contar con una banda de lujo compuesta por siete músicos talentosos que la acompañan durante sus giras.
Pero de todos ellos, hay uno que ha tenido una especial relevancia en esta etapa de su carrera. Prácticamente ha sido su copiloto en este explosivo despegue. Se trata de Manú Jalil, su director musical.
Tras su trabajo como coproductor del disco La Trenza, el nombre de Jalil se ha vuelto recurrente en las notas de prensa de Mon Laferte, dando cuenta de una estrecha relación profesional que ha traído grandes resultados para ambos.
Jalil no solo es el tecladista encargado de presentar a Mon Laferte al inicio de sus conciertos. Es un destacado multinstrumentista mexicano que ha trabajado con artistas como Yuri, Simoney, Camila y Cosmosónicos.
Tras hacer los arreglos sinfónicos de la canción Tormento, que Mon Laferte interpretó el domingo pasado en el concierto de Plácido Domingo, Manú se tomó unos minutos para conversar con nosotros. Esto es lo que nos contó.
“Desde hace 10 años que vengo participando en diferentes proyectos: proyectos propios y otros de amigos. Por ahí por el 2011 tocaba con Renee en una banda de rock alternativo llamada Mooi, y ella me presentó a Mon.
Desde que la conocí conectamos muy bien. Mon se encontraba produciendo su disco Tornasol, así que me ofrecí a aportar en su disco. Mon aceptó y trabajé en los tracks Tornasol y Calma con unos arreglos de cuerdas. Ahí comenzó todo.
Justo en la presentación del disco en (el recinto) Caradura me invitó a tocar el violín. Era una época en la que yo solo tocaba dos canciones con mi violín eléctrico, pero meses después ya tocaba los conciertos completos. Claro que había conciertos a los que no podía asistir, pues yo andaba de tour con la banda de pop Camila”.
“Es fácil hacer mancuerna (traducción: trabajar en conjunto) con una persona tan talentosa. Siempre tiene ideas que me conectan. Mon hace todas las canciones, en algunas de ellas he tenido la oportunidad de colaborar en la autoría.
Respecto al proceso de producción, Mon tiene las cosas claras, y ahí es cuestión de proponer líneas melódicas, estilos, arreglos. Hacer de más para después descartar lo que no se quiere o hacer arreglos y, si no funcionan, se desechan.
Cuando comenzó el año 2016, Mon y yo hicimos un paseo inspirador y nos encerramos unos días en Europa. Llevamos instrumentos y la computadora, y allí logramos hacer los arreglos de algunas canciones. Ahí comenzó la preproducción que duró un año.
Duró tanto porque estábamos en medio de la gira con Caloncho. Grabamos otras maquetas en mi estudio y fue el material que presentamos a Lalo del Águila y Alan Ortiz, los ingenieros del disco. Ellos nos ayudaron en la cuestión sonora”.
“Mon es la primera chilena con la que trabajo, pero justo produciendo La Trenza conocí gente maravillosa. Y no solo gente que grabó en el disco: por Mauricio Castillo conocí a los músicos de Ana Tijoux y por ellos conozco el trabajo Rulo, Andrés Celis, Cancamusa, Amanitas…
Por otro lado, ver la entrega de los músicos que participaron en La trenza creó un vínculo para el futuro. Ahora sé que Chile es un lugar donde el talento sobra. Mi profunda admiración para Nati Pérez, Ramiro Durán, Christian Mancilla, Jean Carlo Valdebenito, el maestro Pancho Araya, Chalo González en la cuestión de la ingeniería, y mi querido Manuel García, con quien estoy próximo a lanzar una sorpresa”.
“Mon es auténtica y transparente, no aparenta nada. Su ser musical es igual, y creo que eso lo percibe el público. Esta autenticidad la imprime en sus canciones, me fascina que hable de su abuela, de su sobrino, de sus tristezas, de sus alegrías, porque son cosas que todos vivimos. A mí me llegan varias canciones, y es por eso que disfruto tocándolas”.
“Si hay constancia y ganas de trabajar, se comienza con pasos gigantes. Hay veces que no sé hacer las cosas, pero las estudio o las analizo y me aviento a hacerlas. Por otro lado, me considero una persona demasiado sensible que no tiene miedo de llorar, reír, gritar, deprimirme, expresar cosas y siempre me gusta canalizar la emoción a la hora de trabajar. No sé aún cual es mi sello, no sé si ya lo he encontrado, pero lo único de lo que estoy seguro es que, si trabajo en algo, le voy a poner especial cariño por respeto al autor, banda o artista, y por respeto al público”.