Hace unos días leí una entrevista a la neuróloga infantil y directora de la Fundación para la Prevención de la Violencia infantil (Previf), Laura Germain, que aparte de confirmar todas las situaciones terribles y tristes que ocurren en el Sename, pone en la palestra la urgente necesidad de hacer visible, revitalizar y enaltecer a la familia.
Germain cree que lo que más daña a los niños del sistema actual es “que no son nada. Los niños no tienen identidad en ese tipo de instituciones. Todo esto que hablamos de la necesidad del vínculo del niño en una familia, de ser alguien, que tiene que tener a alguien que lo guíe, una persona que le dé afecto. Nada de eso existe en el sistema actual. Ese daño es para todos los niños”.
La crisis del Sename tal vez no es solo una crisis de recursos, de expertos, de gestión del Estado, tal vez es ante todo una crisis de amor, de afecto, de entender que los niños no necesitan “funcionarios acreditados a cargo”, sino ante todo personas que sean capaces de vincularse con cada niño en un ambiente cálido, acogedor… básicamente familiar.
Dicha entrevista me hizo pensar que no por nada la palabra “hogar” viene del latín “focus” que es de donde viene la palabra castellana “fuego”. En el hogar, en la familia, todo el calor y la bravura del fuego se hacen patentes. Y es en torno al fuego, que ocupaba un lugar central en la casa y por necesidades de luz y calor, donde los integrantes se congregaban. En la familia ocurren cosas que no pasan en ningún otro lugar, no es un modelo copiable, no acepta imitaciones. Tiene ese “qué se yo” que hace que la mayoría de los seres humanos anhelen una. Y no cualquiera, una feliz. Y feliz no quiere decir perfecta, porque evidentemente esa no existe. Feliz para mí quiere decir que todos los días ese grupo humano lucha por quererse más, por cuidarse con mayor detalle, por estar ahí para aplaudir los éxitos y abrazar sin decir nada cuando vengan fracasos. La definición que iré haciendo a continuación puede sonar al “decálogo” de tarjeta de cumpleaños o película de Disney. Algunos me leerán y dirán “pobre ave ilusa, no existen las familias así”.
Claro tal vez no existen las que cumplan con todos estos requisitos, pero podría apostar que tu familia al menos tiene algún ingrediente de lo que viene a continuación.
La lamentable situación de tantos niños vulnerables en nuestro país debería abrir una reflexión acerca de cómo la sociedad apoya la formación de familias para que puedan tener las condiciones básicas para poder construir lo anteriormente descrito. Si el mundo que nos rodea generara redes de educación para pololeos sanos, trabajos que permitieran vivir dignamente a quienes se lanzan en esta aventura, no castigara la maternidad (e incluso la celebrara), permitiera la conciliación laboral y familia, otro gallo cantaría.
Y también en donde nosotros influimos cabe preguntarnos: ¿aporto a que aquellos con los que me relaciono puedan darle tiempo, amor y dedicación a sus familias? ¿Promuevo un estilo en donde los vínculos afectivos sean la prioridad por sobre los resultados de la pega, la productividad y el éxito?, ¿o soy de aquellos que critica el sistema con grandes posteos, quejas afiebradas en Twitter, extensas sobremesas, pero cuando tengo la posibilidad de cambiar el mundo en mi lugar de trabajo, en el lugar que influyo, mantengo sistemas abusivos en contra de la familia?
Grandes preguntas y desafíos que al menos a mí me dan mucho para pensar.