Nunca recibí un reto de ellos, me contaron historias sorprendentes, celebraron mis bailes e imitaciones y en una ocasión una de ellas me hizo escribir a mano los cumpleaños de todos los miembros de la familia. Cuando era chica, los abuelos siempre andaban de terno, con esas particulares manos pecosas atadas atrás, caminando a un ritmo tan lento como tranquilizador… aunque tuvieran 60 años. Las abuelas tenían el pelo corto, perfectamente peinado y el zapato reina no se lo sacaban ni para ducharse. Hoy los abuelos de mis niños bailan a la par en los matrimonios, ellas usan zapatillas, cola de caballo, tienen grupos de wasap y pueden compartir en un mismo asado con los amigos de sus nietos.
¿Qué ha cambiado? Mucho. ¿Qué se mantiene? Que aunque pasen los años, las tecnologías, la moda y el reggaetón, los abuelos siempre estarán ahí para una sola cosa: dar cariño, momentos gloriosos e intervenir cuando los padres están dando jugo.
Los abuelos no ponen horarios para irse a la cama, dan Coca Cola a escondidas y se hacen los tontos si un día los niños no se lavaron los dientes. Los abuelos reciben a los adolescentes pateados sin hacer preguntas, con una gran hamburguesa servida en la mesa. Los abuelos encuentran un gran actor al niño que hizo de árbol en Hamlet; gimnasta olímpica a la que se hace la vuelta de carnero en sus camas, y preciosa a la púber a la que le acaban de poner una carrocería completa en la boca para enderezarle la dentadura. Carecen totalmente de objetividad. Y justamente es eso lo que los hace adorables, únicos y necesarios.
Los abuelos son los que hacen los turnos cuando nosotros preparamos informes, conocen a la sicopedagoga y se coimean a los niños para convencerlos de ir al dentista. Muchos de los padres de niños con capacidades diferentes o que han pasado por una difícil enfermedad saben de lo que hablo. Si no hay amor real ahí, no sé dónde, entonces.
Los abuelos modernos le ponen me gusta hasta a una foto de la mancha que el niño de 2 años hizo en una cartulina en el jardín (convengamos que la mamá también está enceguecida de amor) y comentan cada aparición de alguno de sus nietos en cualquier red social. Etiquetan a uno de ellos en un auto que se vende y ahí está la abuela chocha posteando: “PRECIOSO; QUÉ COSA MAS LINDA”.
Los abuelos intervienen cuando los papás andan con la brújula perdida o cuando notan distanciados a sus nietos de sus hijos. Inventan almuerzos, celebraciones chantas y hacen llamado telefónicos con un solo objetivo: mantener la unidad de esa familia que tanto esfuerzo les costó construir.
Si los papás no lloran, es imposible que los abuelos lo hagan. Sólo tienen permiso para hacerlo cuando uno ya es grande y aun así es una imagen impactante. Ver a un abuelo o abuela frágil y entristecido es una imagen desoladora. Porque a los abuelos se les asocia con risas, abrazos, cosquillas y chocolates nocturnos.
Pero ese amor, como todos, se debe cuidar y cultivar. Los abuelos aunque sean una fuente inagotable de generosidad y apañamiento, merecen sentirse queridos, respetados y admirados por los años que ya llevan recorridos.
A los abuelos los niños los llaman por teléfono para contarles el diente que se les cayó, comparten emocionados con ellos el siete que se sacaron en ese control latero para el que tanto se estudió, sobre todo si fue la pobre cabra nula para las matemáticas. A ellos hay que regalonearlos y no abusar de la patudez respecto a los favores que nosotros, los hijos, estamos acostumbrados a pedir.
Como esa campaña animalista que busca promover el cuidado y respeto de los animales “No son Muebles”, a veces siento que con los abuelos se debiera hacer una igual. Los abuelos no son una guardería eterna que no discrimina horarios ni periodicidad. Por muy dispuestos que estén, los papás tenemos que entender que los niños son nuestros y que abusar de esa actitud 24/7 de tantos abuelos, muchas veces termina incluso afectando en nuestro vinculo y la manera en que educamos a nuestros hijos.
A los abuelos se les va a ver aunque haya un panorama mucho más cool o atractivo. Con esto no quiero decir que los niños deben perderse cumpleaños, fiestas o paseos entretenidos. Pero hay que asumir que en la adolescencia, hay una etapa que leerse la guía de teléfonos completa parece más adrenalínico que ir a ver los tatas. Y bueno, ahí está el papel de nosotros, los padres, en mostrarles que los vínculos se protegen y mantienen con la preocupación cotidiana. Que sin el cuidado de nuestros viejos, la memoria de un país, las tradiciones y el valor de la historia se perderán para para siempre…sin vuelta atrás.
Y cuando estés angustiado, sin respuestas, perdido por ahí, recuerda ese simple y claro proverbio italiano que tanto me gusta: “Si nada va bien, llama a tu abuela”. Tan cierto ¿no?.