Tengo un gran amigo que es enfermero clínico, y no hace mucho hablábamos de la automedicación en Chile. Que es abrumadora, que sigue en aumento, que está aterradoramente validada en nuestra sociedad y que es un mono con navaja que pocos ven. Seguro no habías terminado de leer la frase anterior y ya habías recordado la última vez que tomaste tal o cual remedio sin consultarle a nadie. Sí, todos lo hemos hecho alguna vez, por ingenuos, rebeldes o arrogantes.
Según datos del ministerio, el 90% de los pacientes se automedica en nuestro país, es decir, toma medicamentos sin indicación de un profesional, y si bien algunos de ellos son de legítima venta y consumo libre (como los analgésicos), hay otros de consumo restringido como los antibióticos y psicotrópicos (ansiolíticos y antidepresivos). Éstos requieren receta, incluso retenidas, por lo que, para conseguirlas, se necesita todo un engranaje de engaño como recurrir a familiares, doctores “amigos” o a recetas falsificadas o “a la mala”. Sin embargo, ese aspecto no es lo más grave de la automedicación. La verdadera importancia de que evitemos automedicarnos recae en las denominadas RAMs o Reacciones Adversas por Medicamentos, que pueden traer serias consecuencias para nuestra salud y la mayoría las desconoce. ¿Puedes terminar hospitalizado, con secuelas de por vida, o incluso morir por consumir un fármaco que no conoces bien o no sabes en qué dosis te corresponde? Sí. Según el Centro de Información Toxicológica de la Universidad Católica (Cituc), un 58% del total de intoxicaciones ocurridas cada año es por ingesta excesiva o errónea de medicamentos. El problema es que casi nadie le toma el peso a esa aseveración. No importa cuánto lo escuchemos: no lo vemos venir.
Lo mismo con los antibióticos. Si los tomas muy seguido, en contextos incorrectos (como un resfrío común) o en dosis vagas (sin respetar los gramajes o los 7 ó 10 días de tratamiento), te expones a otro gran peligro: la temida “resistencia”, es decir, a que la próxima vez que te enfermes y necesites de verdad el uso de antibióticos, éstos ya no surtan efecto. De hecho, esto es tan grave que en pocos años más podríamos volver a estar expuestos a enfermedades supuestamente erradicadas o a caer como moscas frente a bichos supuestamente “doblegados”. ¿Servirá el último grito de advertencia que acaba de lanzar la Organización Mundial de la Salud (OMS)?
La OMS compartió un informe realizado con datos de 114 países en donde señala que la resistencia a los antibióticos ya dejó de ser una amenaza potencial a la salud mundial, convirtiéndose en una realidad en todos los rincones y que requiere de medidas inmediatas a nivel local, regional y global. Para explicarlo con manzanas: el abuso de los también llamados antimicrobianos, hace que los microorganismos (bacterias, virus y algunos parásitos) causantes de múltiples infecciones y enfermedades desarrollen una inmunidad ante los tratamientos, algo así como un escudo. Lo que antes los debilitaba, ahora ya no les afecta de la misma manera. Esto hace que debamos comenzar a tomar mayores dosis, por tiempos más prolongados, y que en el mediano plazo esto deje finalmente de funcionar en su totalidad. Es decir, quedaremos desprotegidos frente a un buen puñado de afecciones que hoy son comunes y tratables, pero que en pocos años podrían ser letales. El informe apunta específicamente a la gravedad de que siete bacterias puntuales, responsables de infecciones comunes, ahora estén fortalecidas, “recargadas”, capaces de neutralizar los tratamientos en su contra. Se trata de la septicemia, diarrea, neumonía, gonorrea y aquellas que causan infecciones urinarias. Hoy por hoy nadie imaginaría morir en alguno de estos contextos, para ya comienza a ser posible. Sí, asústense, porque no es ciencia ficción.
¿Y entonces, qué hacemos? El mensaje es claro: el problema no es el uso, sino el abuso. Si la automedicación ya es mala en sí, definir por cuenta propia la ingesta de antibióticos es, a estas alturas, un suicidio. Olvídense de las intoxicaciones; si consumen antibióticos cuando en realidad no los necesitan o recurren a ellos con mucha regularidad, están ayudando a crear súperbacterias de las que después no se podrán defender. Minimicen su uso y háganlo siempre bajo la supervisión de un médico. Además, preocúpense de completar el tratamiento tal como se los indicaron (no se salten días ni extiendan las dosis si persisten los síntomas) y, por lo que más quieran, no sean cómplices de la automedicación de otros. No “consigan” antibióticos para amigos o familiares, ya que les estarán haciendo un flaco favor. Si quieren ayudarlos, acompáñenlos a un servicio asistencial para que sean correctamente diagnosticados.
Por último, un consejo que, según los expertos, nunca está de más: mejoren su higiene personal, es decir, lávense frecuentemente las manos, tomen sólo agua potable y limpien siempre las superficies donde cocinan y/o comen. Prevenir es curar.
Los antibióticos han sido uno de los descubrimientos más importantes en la historia de la medicina y nos han permitido elevar nuestra calidad y estimación de vida a niveles insospechados. Hoy están en peligro. Ya no nos sirven como antes, ya no los usamos bien, ya no respetamos su ayuda. Y los únicos que podemos volcar la situación somos nosotros mismos. El verdadero cambio comienza y se necesita a nivel personal, o pagaremos las consecuencias más temprano que tarde. Esta vez, sin exageraciones, sin falacias, de cada uno depende.